A mediados de los años '80 Napoli era un equipo de mitad de tabla en Italia, sin nombre y apenas ambición. Pero ciudad y equipo se sujetaron a la estela de un ídolo que aún hoy vive en cada rincón de Nápoles. Esta es la historia de la relación entre un hombre y una ciudad que sólo se detiene cuando se cita un nombre: Diego Armando Maradona.
Nápoles: Ciudad de D10S (Parte I)
Maradona lleva al Napoli a la gloria.
Todo Nápoles sabía que con Diego tenían algo más, ese plus que los llevaría a la grandeza. Esa era la gran virtud de Maradona, el multiplicaba el talento de los demás. A lo largo de la historia ha habido grandes jugadores que son como la guinda del pastel; pero Maradona no era la guinda, era el pastel completo.
10 de mayo de 1987. El ambiente en la ciudad de Nápoles era indescriptible. La gente llorando de alegría en las calles, había más de un millón de napolitanos felices que salieron a festejar, ningún incidente en un momento de comunión total nunca antes visto. ¿El motivo? Diego Armando Maradona había llevado al Napoli a consagrarse campeón de la Serie A por primera vez en su historia. Nápoles estaba en la portada de todos los diarios del mundo y por primera vez no era por algo malo.
Maradona representaba el héroe deportivo, pero a su vez era el símbolo de que se podía lograr algo bueno en una ciudad menospreciada. Demostró que, aunque en algo efímero como lo es el fútbol, también era posible ganar en Nápoles igual que en cualquier otra ciudad de Italia. Transformó en virtud aquello que todos los demás consideraban defectos. En ese momento, Maradona pudo haber sido fácilmente el alcalde de Nápoles. Todo lo que él decía, para los ciudadanos era una orden.
En 1989 Napoli ganaba la Copa UEFA, su primer y único trofeo europeo de toda su historia. Un años después lograron su segundo y, hasta la fecha, último Scudetto. Pero si 1990 guardaba un acontecimiento importante, ese era el Mundial de fútbol que se celebraba en Italia. La ciudad de Nápoles albergaría una de las semifinales del torneo, la que enfrentaría a la local Italia con la Argentina de Maradona.
El día anterior al partido, desde toda Italia se hizo un llamamiento al pueblo napolitano: “Napolitanos, apoyen a Italia”. Pero Diego dijo: “¿Ahora es que se acuerdan de Nápoles? Los napolitanos son italianos, pero ¿Italia lo sabe? ¿Sólo el día anterior del Argentina – Italia se acuerdan de Nápoles y los napolitanos? Durante el resto del año no se acuerdan de Nápoles”. Esas palabras de Maradona despertaron la conciencia de los napolitanos, el tocó el corazón de la hinchada.
Cuando la Selección italiana llegó a Nápoles, se encontraron con una afición dividida. No sabían si apoyaban a Maradona o apoyaban a Italia, y los jugadores de la Selección sintieron eso. Pero la realidad es que todo Nápoles apoyaba a Argentina, porque Maradona era su dios. El partido acabo con empate 1-1 y tampoco hubo goles en el tiempo suplementario, el finalista se definiría en la tanda de penales. Penales iba y venían en una definición infartante, hasta que Sergio Goycochea detuvo el disparo de Serena y Argentina pasaba a la final del Mundial. Italia no iba a olvidar fácilmente aquella derrota y cuatro días después quedaría demostrado.
La decadencia del ídolo.
Roma acoge la final del Mundial, suena el himno argentino mientras los fanáticos italianos silban sin piedad a Maradona. La verdad es que no tenían nada contra Argentina, silbaban era a Nápoles. Para Diego fue el dolor más grande que jamás había sentido en toda su vida, porque pensaba que en Italia había dejado un legado importante y que esto no lo merecía. Fue un momento del que todos los italianos deberían sentir vergüenza.
Argentina perdió la final 1-0 contra Alemania y las lágrimas de Maradona fueron las lágrimas de Nápoles. La realidad es que esa final representó el punto de ruptura entre Maradona y el fútbol italiano. Y también, desgraciadamente, entre Maradona y el Napoli. Era un Diego que estaba enojado con el mundo, estaba poseído por la droga.
Como quien no quiere oír nada que pueda romper el encanto o despertar del sueño, Nápoles llevaba años mirando hacia otro lado cada vez que el nombre de su ídolo era asociado con la noche, con la cocaína.
En una oportunidad el presidente del club le preguntó: “Diego ¿Has consumido algo esta semana? Porque si consumes algo a partir del juegos, aparece en la prueba antidoping”. Maradona, con la seguridad e imprudencia que le caracteriza, respondió: “No, no he consumido nada”. El 17 de marzo de 1991, después de un Napoli – Bari, Maradona da positivo por cocaína y fue suspendido durante 15 meses.
Era un lunes 1 de abril de 1991, día feriado, y Diego simplemente se metió a su auto y escapó. Fue el día más triste en la historia de Nápoles, era cómo perder a un familiar que se iba sin despedirse. El merecía irse sobre una alfombra roja, como una gran estrella de Hollywood; en cambio, escapo de noche como si fuese un ladrón. No tuvo la valentía de decir a los napolitanos, a ese pueblo que tanto lo amó: “Señores, soy culpable. Perdónenme”. Decidió simplemente desvanecerse como quien nunca estuvo allí, una verdadera lástima.
Hace ya casi 30 años de aquella triste despedida pero en Nápoles, cuando mencionan a Maradona, parece que fue ayer. Se convirtió en inmortal, la verdad es que nunca se fue de allí. Sólo hace falta dar un pequeño paseo hoy en día para entender que Diego nunca salió de Nápoles. Porque la habitación del hotel donde vivió sigue tal y como él la dejó. Porque la mesa en la que comía y el plato que más le gustaba hoy llevan su nombre. Porque las calles de la ciudad llevan su nombre. Porque su nombre se escucha por las calles. Porque hay una tumba en honor a todo aquellos muertos que no tuvieron la dicha de verlo jugar en Nápoles. Porque la Universidad sigue pensando en él y el impacto que tuvo en la ciudad. Porque las conversaciones le siguen nombrando. Y porque una estatua de más de 2.000 años no tiene mucho que hacer estando frente a un altar hecho en honor a él.
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