A mediados de los años '80 Napoli era un equipo de mitad de tabla en Italia, sin nombre y apenas ambición. Pero ciudad y equipo se sujetaron a la estela de un ídolo que aún hoy vive en cada rincón de Nápoles. Esta es la historia de la relación entre un hombre y una ciudad que sólo se detiene cuando se cita un nombre: Diego Armando Maradona.
A principios de la década de los '80 Nápoles era una ciudad marcada por el desarrollo que no llegaba, por el olvido, por la violencia. Por lo general, la mafia y el crimen organizado llenan un hueco dejado por el Estado, lo cual hizo que Nápoles se volviera una ciudad decadente como nunca lo había sido, muy maltratada. Era una ciudad que estaba en el punto más bajo de su historia, que necesitaba ganar algo.
Desde Barcelona llegan noticias de un joven jugador argentino del que se habla como el futuro mejor jugador del mundo. Un jugador, Maradona, que estaba llamado a ganar todo; un club, Napoli, que jamás había ganado nada en su historia…hay veces que dos piezas que no deberían encontrarse, simplemente encajan a la perfección.
El Napoli se avocó a negociar por Maradona, aunque nadie se imaginaba que un jugador de ese nivel fuera a jugar al Napoli. Pero el 1 de julio de 1984 el Barcelona acepta la oferta de 7.5 millones de dólares del Napoli por Maradona. El Calcio compra una estrella más, pero esta era la más grande.
Maradona – Nápoles: amor a primera vista.
En ese periodo el fútbol italiano era el más poderoso del mundo. Había mucho dinero y por tanto, los equipos podían adquirir a los mejores jugadores del mundo. El Milan tenía a Van Basten, Gullit y Rikjaard. La Juventus tenía a Platini. El Inter a Rummenigge. La Roma a Falcao. El Udinese a Zico. La Fiorentina a Sócrates. Todos los equipos tenían a un gran campeón…pero el Napoli tenía a Diego. Maradona dejó Barcelona con la sensación de que en dos años nadie lo entendió. Sólo le hizo falta una tarde en Nápoles para sentir todo lo contrario.
Si hubiera que elegir un día para conmemorar la pasión por un futbolista, ese sería el 5 de julio de 1984. Más de 70.000 personas abarrotaron el estadio San Paolo simplemente para recibir a Diego. Maradona apareció por el tunel, agarró un balón, lo pateó al cielo y dijo: “Buenas tardes, napolitanos”. En ese momento estalló un entusiasmo enorme porque había llegado el mejor jugador del mundo. Era bonito ver por primera vez las caras de felicidad de los napolitanos.
Apenas llegó, Diego inmediatamente mostró todo su potencial. Demuestra que no será dentro del terreno de juego donde tenga problemas, lo complicado era cuando cambiaba el césped por la calle. Su primer mes en Italia fue realmente difícil, vivía como un prisionero porque Nápoles es oprimente.
Durante el primer año y medio de su estancia en Nápoles, la residencia de Maradona fue un hotel. Todos los días había miles de personas fuera del hotel. Ni si quiera los propios huéspedes del hotel podían estar tranquilos, porque había gente en las afueras hasta la 1am gritando “¡Diego, Diego!”. Escalaban el poste de luz, que medía alrededor de 20 metros, sólo para ver a Diego por la ventana.
Cuando Maradona partía del hotel, también salía una orden de la comisaría de policía indicando el camino que recorrería Maradona para que la policía cerrara las calles e impidiera el acceso del resto de los automóviles. La gente lo quería tocar, lo quería ver, quería secarle el sudor. Diego vivía una vida imposible en Nápoles; era querido, perseguido y aclamado por todos.
El representante de todos los napolitanos.
Había una simbiosis entre la ciudad y el jugador. Diego, también físicamente, es más napolitano que argentino. Nápoles es así: sinuosa, oscura, pequeña y genial. Por eso nadie habría podido ser el emblema de esta ciudad, salvo Maradona. Portó la ciudad en su imagen.
Maradona se saltaba todos los grados de comunicación. Saltaba la comunicación con el club, saltaba a los periodistas y hablaba directamente con la afición. En ese momento en Italia sólo había un programa de televisión que hablaba de fútbol, “La domenica sportiva”. Una noche Diego fue invitado al programa y dijo, con coraje: “En el fútbol italiano hay racismo, no contra la gente de piel negra, hay racismo contra los napolitanos, y es una vergüenza”. Hasta aquel momento nadie había tenido el coraje de decir tal cosa. Pero Maradona dio la cara y defendió a los napolitanos como nadie nunca había hecho.
La realidad es que el sur de Italia había sido abandonado. Y esta mortificación cultural se consolida en la idea de que el norte es mejor y se crea también la idea de que el sur es inferior. Para los napolitanos, un Scudetto del Napoli tenía el valor de 10 conseguidos por los equipos del norte. La Juventus siempre ha sido el equipo a batir, porque representa el poder. La verdad es que Nápoles vive para ganar a la Juve. Lo que hizo que Nápoles se enamorase de Maradona fue un partido. Noviembre de 1985, Napoli – Juventus en el Estadio San Paolo. Tiro libre indirecto dentro de área de la Juve. Diego le dijo a quien debía servirle el balón : “No te preocupes, tu tócame el balón y déjame a mí”. Maradona hizo lo imposible, pasó el balón por encima de la barrera y lo clavó en el ángulo con una delicadeza y una técnica pocas veces vista antes, en uno de los tiros libre mejor lanzado de la historia. Hizo un gol impensable, irrealizable; sólo Maradona era capaz de hacer algo así, y lo hizo. Ese partido rompió el equilibrio, marcó un cambio de tendencia. Era la demostración de que una ciudad del sur podía combatir con el norte. La diferencia es que ahora el mejor jugador del mundo jugaba en Nápoles.
Maradona sería el capitán de la Selección Argentina en el Mundial de México 1986. No sólo acude como representante de un país, también acude como el representante de su ciudad, Nápoles. Toda la ciudad era hincha de Argentina. Había pantallas gigantes por toda Nápoles, las calles estaban desiertas cuando jugaba Argentina porque todos estaban frente al televisor para ver y apoyar a su ídolo. Tal es el idilio de la ciudad con Maradona que su mítica “Mano de Dios” ante Inglaterra jamás fue vista como un gesto desleal, sino como muestra de la inteligencia y viveza napolitana. Cuando finalmente Argentina venció a Alemania 3-2 en la final, toda la gente en Nápoles Salió a la calle con banderas a festejar.
Tras el Mundial 1986, Napoli entendió que había llegado el momento de luchar por el título. Tendrían que reforzar el equipo, aceptar la presión...y del resto se encargaría Maradona.
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