En memoria de todos los ángeles capaces de volar sin alas...
No puedo esperar el sonido de la alarma, me levanto de un salto y estirando el brazo para tomar a tientas mi playera azul. Mi corazón, loco, da de tumbos, desesperado por partir.
Aprisa me enfundo los pantalones; no necesito mucha ropa, me arreglo con cualquier cosa, por eso no tomo una estorbosa chamarra, el frío me reta descarado, para que yo salga corriendo. Tomo las llaves de mi apartamento y aventando la puerta salto a la acera; hoy estoy ardiendo en llamas y viajo con mis dos alas, las que me nacen de los tobillos, corro 50 kilómetros, igual que los Raramuris, voy muy rápido, robando el aliento de los transeúntes, los automovilistas, las personas plantadas en sus casas, que nunca se mueven. Luego me interno en el bosque, reventando mis pulmones con el aroma a madera y pinos verdes, mi velocidad es tal, que apenas puedo sentir el suelo.
La alarma sonó por fin, percibo en la penumbra mi silla de ruedas; seguro mi terapeuta no tarda en llegar… yo estoy lista para emprender un nuevo viaje, mañana ... mañana será otro día.
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