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Scorum / comunidad

natamikaActualizado
Un viaje más
Se siente raro volver a crear una entrada en la plataforma. Siento que me he ido hace muchísimo tiempo. No sé si alguna vez tuvieron esta sensación. A mí me ha pasado tras irme durante prolongados viajes lejos de casa, mi casa, mi cotidianidad, mis afectos, mi crianza, algunas de las partes de vidas que tuve, y luego volver. Y verlo todo como una foto vieja que encontramos perdida en alguna caja y de pronto vuelve. Quizás suene exagerado, pero sucede que la escritura es un aspecto fundamental de mí. Vamos por partes. Ante todo, le pido disculpas a la comunidad hispana en general por no haber podido continuar aportando a los proyectos, que emprendimos con algunos usuarios, para desarrollar el dominio .es. Me alegra ver cómo han seguido adelante apoyando artículos de calidad. Le agradezco a Rodrigo (psicologíaexpress) su interés en saber cómo me encontraba este tiempo de ausencia y llevar adelante el proyecto. En estos días me iré contactando con otros compañeros valiosos para retomar las actividades. A principios de diciembre comenzaron a sucederse una serie de urgencias médicas con un familiar más que cercano a mí. Yo fui criada por mis abuelos paternos, ante la ausencia física de mis padres, y ellos básicamente son la causa de que mi vida no terminara en tragedia y de que hoy tenga determinadas capacidades y posibilidades que otras personas no tienen. Si bien con mi abuelo he tenido conflictos y diferencias desde siempre, surgidas de la diferencia generacional y del choque de mentalidades. Casi con 90 años, se encontraba en un estado de salud admirable, pero de pronto las cosas cambiaron y la primera semana de diciembre todas las décadas parecieron caer sobre él de golpe. Muy de golpe. Parecía reponerse, pero volvía a caer. El domingo 9 de diciembre, aquel día histórico en que River se consagró Campeón de la Libertadores, yo me encontraba en la ciudad de La Plata participando de un congreso. Sí, me negué a ver el partido luego de tantos manejos turbios que precedieron a la final más grande de Latinoamérica que se terminó jugando en Europa. "Nos quitaron la pasión", leería, en facebook, de un amigo hincha. Lo cierto es que apenas salí del congreso me tomé un taxi para escuchar el partido en la radio y ese trayecto hasta la terminal de ómnibus fue el más sonriente de mi vida. Ni hablar cuando pasé con el micro cerca del Obelisco en Buenos Aires. Llegué a mi casa con toda la emoción de escribir el artículo más increíble que pudiera imaginarme. Pero sonó el teléfono. Y ese fue el último día que me senté frente al escritorio a tipear unas líneas que quedaron inconclusas en el monitor, hasta hoy. Los que siguieron, durante este último mes y medio, fueron días eternos. Dolorosos, angustiantes, irascibles, inciertos, desgastantes. Tras una serie de estudios médicos el diagnóstico fue certero: cáncer de colon. Es muy difícil cuando nos llega la hora de sostener a las personas que nos han sostenido toda la vida. Es terrible dejar de verlos como adultos autosuficientes, para empezar a notar que ya no lo son. Que las cosas que antes eran sencillas, ahora les resulten complicadísimas de realizar. Que lo que parece fácil de entender requiera una explicación minuciosa y paciente una y otra vez. Que olviden lo que iban a hacer un segundo antes. Que tuviera que comunicarle a mi abuela el diagnóstico de la enfermedad de mi abuelo sin desmoronarme, mostrando una fortaleza de no sé dónde, porque ella sí se desmoronó y lloró igual que lloran mis hijas cuando algo les duele mucho. Este último mes y medio duró como un año entero. Mi cabeza tocó un pico de stress explosivo. Fue una etapa de transcisión en donde aprendí a asimilar lo que duele, lo que angustia, lo que enoja, lo que nos genera inseguridad y miedo, y así buscar la herramienta para solucionarlo en la medida de lo posible. Porque no puedo conseguir lo imposible. Mi abuelo no va a perder las décadas que le pesan tanto, ni el tumor va a desaparecer. Pero podemos hacer que su último tiempo en esta vida sea grato al menos. Consultas con distintos profesionales, cada uno con sus puntos de vista, estudios necesarios pero evitando lo invasivo, travesías interminables haciendo trámites para al fin conseguir la internación domiciliaria, medicina natural que me han facilitado amigos queridos (en estos momentos se ven las verdaderas personas), pero sobre todo el ejercicio de la mirada humana: es un proceso solamente viable con compañía y afecto. Les voy a ser sincera, he dejado mucho en este proceso y me he aislado. Y hoy, al llegar a un punto de cierta estabilidad, pero sabiendo que esto va a formar parte de nuestra vida cotidiana (de mi pareja, mis hijas, mis abuelos, de mí), sabiendo que es un nuevo viaje, me detuve esta mañana a observar la lluvia por la ventana de casa y el teléfono volvió a sonar. Era mi abuela contándome que mi abuelo se levantó de la cama, come normalmente y tiene ganas de seguir mejorando. Que la cuidadora que contratamos para acompañarlos las horas que yo no puedo ir a verlos es una persona amorosa y que le han tomado cariño. Cuando cortamos la llamada, me sentí muy tranquila y regresó el deseo de volver al escritorio, al monitor, al tipeo, a este espacio en Scorum. Hay situaciones que nos alejan o por las que nosotros mismos nos alejamos de aquello que nos hace bien. Quien viva para pintar, sufrirá cada día lejos de un pincel. Quien ame su profesión, no soportará abandonar su trabajo. ¿Cuánto puede tolerar un verdadero apasionado del deporte sin ver un solo partido? Todo ello, por más importante que sea, resulta mínimo frente una necesidad familiar, siempre será así. Pero es preciso encontrar la manera de que el peso de las responsabilidades familiares no nos anule la esencia personal. Porque vida solo hay una, y si pasamos por este viaje que sea siendo quienes somos. Qué agradable volver a leerlos y a escribirles comunidad. Tengo mucho interés en conocer a los usuarios nuevos. Saludos a todos, volviendo al ruedo.
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Se siente raro volver a crear una entrada en la plataforma. Siento que me he ido hace muchísimo tiempo. No sé si alguna vez tuvieron esta sensación. A mí me ha pasado tras irme durante prolongados viajes lejos de casa, mi casa, mi cotidianidad, mis afectos, mi crianza, algunas de las partes de vidas que tuve, y luego volver. Y verlo todo como una foto vieja que encontramos perdida en alguna caja y de pronto vuelve. Quizás suene exagerado, pero sucede que la escritura es un aspecto fundamental de mí. Vamos por partes. Ante todo, le pido disculpas a la comunidad hispana en general por no haber podido continuar aportando a los proyectos, que emprendimos con algunos usuarios, para desarrollar el dominio .es. Me alegra ver cómo han seguido adelante apoyando artículos de calidad. Le agradezco a Rodrigo (psicologíaexpress) su interés en saber cómo me encontraba este tiempo de ausencia y llevar adelante el proyecto. En estos días me iré contactando con otros compañeros valiosos para retomar las actividades. A principios de diciembre comenzaron a sucederse una serie de urgencias médicas con un familiar más que cercano a mí. Yo fui criada por mis abuelos paternos, ante la ausencia física de mis padres, y ellos básicamente son la causa de que mi vida no terminara en tragedia y de que hoy tenga determinadas capacidades y posibilidades que otras personas no tienen. Si bien con mi abuelo he tenido conflictos y diferencias desde siempre, surgidas de la diferencia generacional y del choque de mentalidades. Casi con 90 años, se encontraba en un estado de salud admirable, pero de pronto las cosas cambiaron y la primera semana de diciembre todas las décadas parecieron caer sobre él de golpe. Muy de golpe. Parecía reponerse, pero volvía a caer. El domingo 9 de diciembre, aquel día histórico en que River se consagró Campeón de la Libertadores, yo me encontraba en la ciudad de La Plata participando de un congreso. Sí, me negué a ver el partido luego de tantos manejos turbios que precedieron a la final más grande de Latinoamérica que se terminó jugando en Europa. "Nos quitaron la pasión", leería, en facebook, de un amigo hincha. Lo cierto es que apenas salí del congreso me tomé un taxi para escuchar el partido en la radio y ese trayecto hasta la terminal de ómnibus fue el más sonriente de mi vida. Ni hablar cuando pasé con el micro cerca del Obelisco en Buenos Aires. Llegué a mi casa con toda la emoción de escribir el artículo más increíble que pudiera imaginarme. Pero sonó el teléfono. Y ese fue el último día que me senté frente al escritorio a tipear unas líneas que quedaron inconclusas en el monitor, hasta hoy. Los que siguieron, durante este último mes y medio, fueron días eternos. Dolorosos, angustiantes, irascibles, inciertos, desgastantes. Tras una serie de estudios médicos el diagnóstico fue certero: cáncer de colon. Es muy difícil cuando nos llega la hora de sostener a las personas que nos han sostenido toda la vida. Es terrible dejar de verlos como adultos autosuficientes, para empezar a notar que ya no lo son. Que las cosas que antes eran sencillas, ahora les resulten complicadísimas de realizar. Que lo que parece fácil de entender requiera una explicación minuciosa y paciente una y otra vez. Que olviden lo que iban a hacer un segundo antes. Que tuviera que comunicarle a mi abuela el diagnóstico de la enfermedad de mi abuelo sin desmoronarme, mostrando una fortaleza de no sé dónde, porque ella sí se desmoronó y lloró igual que lloran mis hijas cuando algo les duele mucho. Este último mes y medio duró como un año entero. Mi cabeza tocó un pico de stress explosivo. Fue una etapa de transcisión en donde aprendí a asimilar lo que duele, lo que angustia, lo que enoja, lo que nos genera inseguridad y miedo, y así buscar la herramienta para solucionarlo en la medida de lo posible. Porque no puedo conseguir lo imposible. Mi abuelo no va a perder las décadas que le pesan tanto, ni el tumor va a desaparecer. Pero podemos hacer que su último tiempo en esta vida sea grato al menos. Consultas con distintos profesionales, cada uno con sus puntos de vista, estudios necesarios pero evitando lo invasivo, travesías interminables haciendo trámites para al fin conseguir la internación domiciliaria, medicina natural que me han facilitado amigos queridos (en estos momentos se ven las verdaderas personas), pero sobre todo el ejercicio de la mirada humana: es un proceso solamente viable con compañía y afecto. Les voy a ser sincera, he dejado mucho en este proceso y me he aislado. Y hoy, al llegar a un punto de cierta estabilidad, pero sabiendo que esto va a formar parte de nuestra vida cotidiana (de mi pareja, mis hijas, mis abuelos, de mí), sabiendo que es un nuevo viaje, me detuve esta mañana a observar la lluvia por la ventana de casa y el teléfono volvió a sonar. Era mi abuela contándome que mi abuelo se levantó de la cama, come normalmente y tiene ganas de seguir mejorando. Que la cuidadora que contratamos para acompañarlos las horas que yo no puedo ir a verlos es una persona amorosa y que le han tomado cariño. Cuando cortamos la llamada, me sentí muy tranquila y regresó el deseo de volver al escritorio, al monitor, al tipeo, a este espacio en Scorum. Hay situaciones que nos alejan o por las que nosotros mismos nos alejamos de aquello que nos hace bien. Quien viva para pintar, sufrirá cada día lejos de un pincel. Quien ame su profesión, no soportará abandonar su trabajo. ¿Cuánto puede tolerar un verdadero apasionado del deporte sin ver un solo partido? Todo ello, por más importante que sea, resulta mínimo frente una necesidad familiar, siempre será así. Pero es preciso encontrar la manera de que el peso de las responsabilidades familiares no nos anule la esencia personal. Porque vida solo hay una, y si pasamos por este viaje que sea siendo quienes somos. Qué agradable volver a leerlos y a escribirles comunidad. Tengo mucho interés en conocer a los usuarios nuevos. Saludos a todos, volviendo al ruedo.
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Se siente raro volver a crear una entrada en la plataforma. Siento que me he ido hace muchísimo tiempo. No sé si alguna vez tuvieron esta sensación. A mí me ha pasado tras irme durante prolongados viajes lejos de casa, mi casa, mi cotidianidad, mis afectos, mi crianza, algunas de las partes de vidas que tuve, y luego volver. Y verlo todo como una foto vieja que encontramos perdida en alguna caja y de pronto vuelve. Quizás suene exagerado, pero sucede que la escritura es un aspecto fundamental de mí. Vamos por partes. Ante todo, le pido disculpas a la comunidad hispana en general por no haber podido continuar aportando a los proyectos, que emprendimos con algunos usuarios, para desarrollar el dominio .es. Me alegra ver cómo han seguido adelante apoyando artículos de calidad. Le agradezco a Rodrigo (psicologíaexpress) su interés en saber cómo me encontraba este tiempo de ausencia y llevar adelante el proyecto. En estos días me iré contactando con otros compañeros valiosos para retomar las actividades. A principios de diciembre comenzaron a sucederse una serie de urgencias médicas con un familiar más que cercano a mí. Yo fui criada por mis abuelos paternos, ante la ausencia física de mis padres, y ellos básicamente son la causa de que mi vida no terminara en tragedia y de que hoy tenga determinadas capacidades y posibilidades que otras personas no tienen. Si bien con mi abuelo he tenido conflictos y diferencias desde siempre, surgidas de la diferencia generacional y del choque de mentalidades. Casi con 90 años, se encontraba en un estado de salud admirable, pero de pronto las cosas cambiaron y la primera semana de diciembre todas las décadas parecieron caer sobre él de golpe. Muy de golpe. Parecía reponerse, pero volvía a caer. El domingo 9 de diciembre, aquel día histórico en que River se consagró Campeón de la Libertadores, yo me encontraba en la ciudad de La Plata participando de un congreso. Sí, me negué a ver el partido luego de tantos manejos turbios que precedieron a la final más grande de Latinoamérica que se terminó jugando en Europa. "Nos quitaron la pasión", leería, en facebook, de un amigo hincha. Lo cierto es que apenas salí del congreso me tomé un taxi para escuchar el partido en la radio y ese trayecto hasta la terminal de ómnibus fue el más sonriente de mi vida. Ni hablar cuando pasé con el micro cerca del Obelisco en Buenos Aires. Llegué a mi casa con toda la emoción de escribir el artículo más increíble que pudiera imaginarme. Pero sonó el teléfono. Y ese fue el último día que me senté frente al escritorio a tipear unas líneas que quedaron inconclusas en el monitor, hasta hoy. Los que siguieron, durante este último mes y medio, fueron días eternos. Dolorosos, angustiantes, irascibles, inciertos, desgastantes. Tras una serie de estudios médicos el diagnóstico fue certero: cáncer de colon. Es muy difícil cuando nos llega la hora de sostener a las personas que nos han sostenido toda la vida. Es terrible dejar de verlos como adultos autosuficientes, para empezar a notar que ya no lo son. Que las cosas que antes eran sencillas, ahora les resulten complicadísimas de realizar. Que lo que parece fácil de entender requiera una explicación minuciosa y paciente una y otra vez. Que olviden lo que iban a hacer un segundo antes. Que tuviera que comunicarle a mi abuela el diagnóstico de la enfermedad de mi abuelo sin desmoronarme, mostrando una fortaleza de no sé dónde, porque ella sí se desmoronó y lloró igual que lloran mis hijas cuando algo les duele mucho. Este último mes y medio duró como un año entero. Mi cabeza tocó un pico de stress explosivo. Fue una etapa de transcisión en donde aprendí a asimilar lo que duele, lo que angustia, lo que enoja, lo que nos genera inseguridad y miedo, y así buscar la herramienta para solucionarlo en la medida de lo posible. Porque no puedo conseguir lo imposible. Mi abuelo no va a perder las décadas que le pesan tanto, ni el tumor va a desaparecer. Pero podemos hacer que su último tiempo en esta vida sea grato al menos. Consultas con distintos profesionales, cada uno con sus puntos de vista, estudios necesarios pero evitando lo invasivo, travesías interminables haciendo trámites para al fin conseguir la internación domiciliaria, medicina natural que me han facilitado amigos queridos (en estos momentos se ven las verdaderas personas), pero sobre todo el ejercicio de la mirada humana: es un proceso solamente viable con compañía y afecto. Les voy a ser sincera, he dejado mucho en este proceso y me he aislado. Y hoy, al llegar a un punto de cierta estabilidad, pero sabiendo que esto va a formar parte de nuestra vida cotidiana (de mi pareja, mis hijas, mis abuelos, de mí), sabiendo que es un nuevo viaje, me detuve esta mañana a observar la lluvia por la ventana de casa y el teléfono volvió a sonar. Era mi abuela contándome que mi abuelo se levantó de la cama, come normalmente y tiene ganas de seguir mejorando. Que la cuidadora que contratamos para acompañarlos las horas que yo no puedo ir a verlos es una persona amorosa y que le han tomado cariño. Cuando cortamos la llamada, me sentí muy tranquila y regresó el deseo de volver al escritorio, al monitor, al tipeo, a este espacio en Scorum. Hay situaciones que nos alejan o por las que nosotros mismos nos alejamos de aquello que nos hace bien. Quien viva para pintar, sufrirá cada día lejos de un pincel. Quien ame su profesión, no soportará abandonar su trabajo. ¿Cuánto puede tolerar un verdadero apasionado del deporte sin ver un solo partido? Todo ello, por más importante que sea, resulta mínimo frente una necesidad familiar, siempre será así. Pero es preciso encontrar la manera de que el peso de las responsabilidades familiares no nos anule la esencia personal. Porque vida solo hay una, y si pasamos por este viaje que sea siendo quienes somos. Qué agradable volver a leerlos y a escribirles comunidad. Tengo mucho interés en conocer a los usuarios nuevos. Saludos a todos, volviendo al ruedo.
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