Existen diversas disciplinas deportivas y cada atleta seguro afirmará que la suya es la mejor. Pero si tuviera el tiempo y flexibilidad de seguro optaría por practicar Esgrima. De tras de esa careta, uniforme impecable y alzando una espada, florete o sable se encuentra un deportista quien realiza elegantes movimientos con el fin de atacar a su oponente. A mi me parece hasta digno de un baile medieval, la forma en que los combatientes centran su atención y ejecutan su actuación deportiva.

Es un deporte de combate con armas blancas. He tenido dos oportunidades en mi vida de conocerlo, la primera durante mi acompañamiento al gimnasio de quien fue mi novio de la adolescencia y la segunda muchos años después al llevar a mi hija. Un buen día mi princesa dejó el modelaje y visionó que el Esgrima sería su actividad complementaria. Nunca me opongo a sus gustos, quiero que crezcan libres y sintiéndose capaces de comprobar por sí mismo sus talentos e intereses, así que dejamos el maquillaje, los tacones y la pasarela, e iniciamos juntas la aventura en esta disciplina, yo una vez más de compañía y de apoyo.

Con el fin de contribuir a su formación realice una pequeña investigación, descubriendo que dicho deporte tiene sus orígenes para  finales del siglo XVI en Europa, cuando se comienzan a crear los primeros manuales de la disciplina, pero se consolida como deporte a finales del siglo XIX adoptando la lengua francesa en la terminología de su reglamento. 

Por otra parte, este deporte ha estado presente desde la primera edición de los juegos Olímpicos modernos, en un inicio solo realizada por los hombres y desde el año 1924, se incorporan la categoría femenina. En mi país existe constituida una Federación y muchos atletas han participado en competencias regionales e internacionales dejando en alto nuestro tricolor.

 Mucho se puede decir de este apasionante deporte, aunque obviamente no soy experta en la materia. Solo me complazco en apreciarlo y emocionarme cuando la instructora de mi hija, le designa la espada y se refiere a ella con mucho potencial y estampa para el desarrollo de este deporte.

Quizás mi hija lo continué, quizás ella lo abandone, realmente no se sí solo sea un capricho o la firme convicción de encontrar su espacio en el deporte. Pero una cosa es segura, acá estoy como madre apoyándola en cada aventura. 

Las fotografías son de mi autoría, durante las prácticas y primeras lecciones, la persona quien la acompaña es la entrenadora, una mujer de cincuenta y dos años, quien merece todo mi reconocimiento y respeto.