Los Juegos Olímpicos interesaban al régimen nazi y, en consecuencia, a Alemania. ¿Cuál era el objetivo real que interesaba tanto al III Reich para generar tan amplio despliegue de recursos?

Teniendo como sede la ciudad de Berlín en 1936, participaron más de 3900 deportistas, teniendo como figura destacada a James Cleveland «Jesse» Owens. Su misión principal seria mostrar al mundo entero la capacidad organizativa y el poderío nazi. Habrían de ser unos grandes Juegos, los mejores. Tendrían que ser ampliamente difundidos y por tanto no se habrían de ahorrar ni esfuerzos económicos ni recursos publicitarios. El giro del gobierno alemán sobre el olimpismo merece una peculiar consideración por parte de Fleuridas y Thomas (1984):

“La superioridad aria quedaba muy cuestionada por las aplastantes victorias de los afroamericanos, en las pruebas de fuerza explosiva, o de los japoneses en el marathón o en las competiciones de natación, en las que junto a los norteamericanos, coparon el medallero. Cuando había que medir o cronometrar, los triunfos se repartían entre países y razas con tal disparidad que las teorías raciales de Rosenberg quedaban tan cuestionadas como sus investigaciones para sostenerlas”.

Con la decisión tomada y el firme propósito de deslumbrar al mundo, Hitler visito las obras de las instalaciones olímpicas el 5 de octubre del 33. Además de haber tomado la decisión de abordar la organización olímpica y de dotarla generosamente de recursos económicos, habría de ser desplegado todo el aparato de propaganda nazi. Para Goebbels la organización olímpica debería lograr más eco que el alcanzado por el mundial de futbol de 1930. Para disipar el recelo mundial ante su acceso al poder y con el propósito de demostrar su poderío, el gobierno dirigió su plan de acción en dos direcciones distintas con un objetivo común:

1- Convencer al olimpismo y al mundo de que el trato que recibiría en Alemania seria rigurosamente respetuoso con la Carta Olímpica y con los principios democráticos y de no discriminación del C.I.O.

2- Desarrollar toda una enorme parafernalia publicitaria en torno a la Olimpiada de Berlín, destinada a mostrar o demostrar el poderío nazi y ario.

Los esfuerzos de Von Halt, Lewal, Diem, Brundage y Baillet-Latour por llevar a cabo los Juegos, tuvieron en paralelo la frenética actividad diplomática alemana de los años 34 y 35, destinada a convencer al mundo que el proyecto nazi era un plan de paz. En efecto la incesante actividad estratégica del gobierno del III Reich, dirigida por un Hitler, posibilitaron que el mundo occidental y el oriental accediesen a celebrar los juegos de Berlín. Por su parte el aparato propagandístico de Goebbels no se quedó parado en ningún momento, ni en lo que se refería a posibilitar las ansias de poder del nazismo, ni a ocultar la faz de las mismas. Tampoco en lo que se refería a los Juegos Olímpicos, que serían precisamente la cara a ofrecer al mundo: se creó un programa de radio, con emisiones periódicas en apoyo al olimpismo y a los Juegos de Berlín.

El ministro Goebbels y el CIO crearon un grupo de trabajo para publicitar los Juegos y atraer turistas y divisas a la nueva Alemania. Notas y boletines de prensa de contenido preolímpico se enviaban a todos los importantes periódicos del mundo en diferentes idiomas. Invitaciones a los dignatarios y delegaciones extranjeras a la ópera, a conciertos o a fiestas multitudinarias, fueron buena parte de la imagen olímpica de Berlín.

Elementos fundamentales, dotados de una gran publicista que perseguían ideales mucho mayores que el deportivo, la oportunidad de mostrar el poder al mundo, su capacidad y el enorme estado que se levantaba.