Pateando y golpeando un saco, tu cuerpo entra en calor, tu mente comienza a aquietarse y luego se enfoca.
El miedo se diluye y la furia ... ya no la recuerdas; quieres romper el saco.
De repente viene un pensamiento molesto ... tus golpes pierden interés en generar impacto alguno, te aburres, ya no quieres saber más de la clase y: ¡Anita, atenta! el odioso entrenador te regresa al enfoque. Continúas.
Recuerdas tus gastos, tus proyectos, tus amores y desamores, el corazón se acongoja y te da por tirar un buen golpe, sientes alivio, pegas más fuerte y ahora ya resulta placentero ... entonces lo entiendes: debes continuar enfocando tu estrés sobre el saco, hasta vaciarte por completo. Golpeas, y pateas una y otra vez, con inmensa furia, hasta que ya no sientes más enojo.
Ahora estas frente a tu compañero de clase, te das cuenta de un principio fundamental: tiene emociones muy parecidas a las tuyas; sientes respeto y empatía por tu adversario momentáneo.
Comienza un divertido juego, lleno de cordialidad y espíritu deportivo, intercambian algunas técnicas, ríen, aprecian los movimientos propios y los contrarios, el ánimo se torna agradable y competitivo.
Al final siempre resultas vencedor, le ganaste a la furia, venciste el estrés, apreciaste tu cuerpo en múltiples formas, adquiriste un amigo y sobre todo, entendiste que el deporte, es la única batalla justa, donde todos ganan
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