Un niño con nombre de filósofo griego asiste inmóvil a la escena en la que su padre está destruyendo el más preciado de sus tesoros: sus libros. Conocer los secretos detrás de esos libros y entender el pensamiento de los hombres se convirtió en el motor de un joven que encontró en el fútbol el escenario perfecto para mezclar deporte e ideas; alegría y compromiso social. Esta es la historia de Sócrates, el futbolista que marcó a un país dentro y fuera de la cancha.
Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira nació el 19 de febrero de 1954 en una numerosa familia de Belem, Brasil. Su padre, Raimundo, tuvo una influencia muy grande en su formación. Raimundo era un profundo apasionado del conocimiento, tanto que a tres de sus hijos le puso nombre de filósofos griegos. Pero al mismo tiempo era una persona con una gran sensibilidad social; y todas esas cosas se las enseñó a su primogénito, Sócrates.
Pero el 31 de marzo de 1964 se suscitó un golpe de estado en Brasil que marcaría la vida del joven Sócrates. Su padre, asustado por la noticia de que personas con ideas contrarias al gobierno habían desaparecido, tomo todos sus libros que hablaban del comunismo y el socialismo y los echó al fuego para poder proteger a su familia. Esa imagen marcó para siempre la vida del joven Sócrates y despertó su interés por la política.
Artista del balón, filósofo de la vida.
Desde muy niño empezó a mostrar sus habilidades innatas para el fútbol. Entró en las categorías inferiores del Botafogo donde rápidamente se dio a conocer. Finalmente debutó en primera división en 1974, ya en esa época era algo fuera de lo común. Todos estaban impresionados con su juego, él jugaba diferente.
Sócrates era de esos futbolistas que jugaban más con la inteligencia y habilidad que con la parte física. El organizaba las jugadas, colocaba a sus compañeros en una buena posición, su fútbol era de inteligencia y toque. Pero Sócrates tenía un físico muy particular y muy diferente al de un jugador de fútbol común. Él decía “Mido 1.93m, calzo 37; si me tengo que girar para dar un pase me caigo. Para sobrevivir en el fútbol tengo que inventar algo”. Y fue así como nació el famoso taco de Sócrates. Él lo desarrollo para no caer, pero en su caso no era sólo un pase, eran verdaderos lanzamientos de hasta 40 metros. Durante los entrenamientos solía patear penales de esta forma para desafiar al portero y la metía en el ángulo. Su deficiencia la transformó en un elemento de sorpresa y creación, el mejor ejemplo de lo que un recurso técnico debe ser en realidad.
Pero la pasión y necesidad de conocimiento que tenía Sócrates era algo que ni el fútbol podía llenar, así que por varios años compagino su vida de futbolistas con sus estudios de Medicina en la Universidad, hasta que se graduó de doctor en 1978. Pero Sócrates era un estudiante raro, porque aunque jamás estudiaba siempre era el mejor alumno. Su familiares comentan que jamás se llevaba un cuaderno a la Universidad, que no tomaba apuntes, que todo lo retenía en su cabeza. Él era muy rápido, muy perspicaz, muy inteligente. Cuando los demás apenas empezaban a razonar, ya él los esperaba al final con la respuesta y con otra pregunta.
Durante esos años tuvo que compaginar su doble turno en la Universidad con los entrenamientos y los partidos, algo que a priori se antoja bastante complicado para una persona normal. La solución de Sócrates era muy simple: ni entrenaba, ni estudiaba. Para completar, después del entrenamiento se iba a beber con sus amigos hasta que el bar cerrara. La verdad es que aunque abusaba, su cuerpo aguantaba bastante, aunque al final de su vida eso le terminó pasando factura. Sócrates además entrenaba poco, era perezoso en extremo. Su preparación física era cero, pero el arte de su fútbol no tenía límite. En total con el Botafogo logró diputar 57 partidos y llegó a ser el máximo goleador del Campeonato Paulista de 1976.
“El uso de alcohol no afectó mi carrera. Incluso porque nunca tuve estructura física para jugar al fútbol. (…) El fútbol se tornó una profesión para mí sólo con 24 años. (…) Era muy delgado, y no tuve posibilidades de tener una preparación física adecuada”. - Sócrates
Sócrates y el pueblo.
La vida universitaria hizo que tuviese esa capacidad de cuestionar todo, sobretodo la estructura del fútbol. Toda esa capacidad fue potencializada por la ciudad de Sao Paulo y por el Corinthians, club por el cual fichó en 1978. El Corinthians era la expresión del Sao Paulo popular, es la afición más sufrida y al mismo tiempo la más apasionada. Sócrates sabía de esa relación entre el jugador y la afición porque él tenía una sensibilidad muy fuerte. La hinchada, para él, era la representación del pueblo brasileño. Pasó a convivir con esa gran masa de gente en la hinchada, pasó a tener un público al cual contarle sus historias, para hablar del país. Sócrates vio en el Corinthians una puerta para exponer sus ideas y provocar al sistema.
"Lo mejor que el fútbol me dio fue la oportunidad de conocer a los seres humanos. Conocí a personas que sufrieron muchísimo y también conocí el otro lado de la sociedad, los que lo tienen todo. Pude ver las dos caras de la sociedad en la que vivimos". - Sócrates
Sao Paulo fue fundamental para que él terminara siendo como fue, tomó contacto con una ciudad más grande, con problemas más complejos. La obsesión de Sócrates era saber más, sobre todo conocer y comprender, principalmente a las demás personas. Le gustaba interactuar y conversar con mucha gente diferente, esa era su forma de intercambiar ideas. Él usaba a Sao Paulo como un gran estadio de fútbol y ahí empezó a politizarse. La verdad es que su relación con el Corinthians reforzó el papel que él podía tener como representante del pueblo.
Llegó un momento en el que Corinthians se vio inmerso en un mal momento futbolístico, donde los resultados esperados no llegaban. Y cuando perdían un partido, el hincha le hacía saber al equipo su insatisfacción. En una oportunidad cuando perdieron contra Guaraní en el Pacaembú, los aficionados querían golpear Sócrates y al resto de los jugadores cuando salían del bus. Sócrates no podía creer lo que pasó y se negaba a que quedara así.
Después de ese juego, el Corinthians ganó una serie de partidos importantes, todos con goles de él; pero Sócrates no celebró ninguna de las anotaciones. En el segundo o tercer partido de esta racha, cuando la hinchada se dio cuenta de su actitud fueron a buscarlo; querían que el también fuera partícipe de la alegría de ese momento. Pero Sócrates les decía: “¿Cómo voy a celebrar los goles? Ustedes querían golpearme hace dos semanas, ¿y ahora quieren abrazarme? Conmigo no es así. Nosotros perdemos porque el equipo va al ritmo de la afición, tiene que ser al revés”.
El resultado fue que la afición empezó a tener paciencia, entraron al ritmo del equipo. Por más loca que podía parecer esa idea de Sócrates, finalmente funciono y así fue como la hinchada se comportaba exactamente como él quería. Puede decirse que fue el primer futbolista del mundo que entrenó a una afición entera.
Sócrates era el tipo de persona que cuando entraba a cualquier lugar atraía a las personas y lo escuchaban. Era un hombre alto, erguido, de barba, con una mirada penetrante; la clase de persona que impresiona, alguien diferente. Él reunía un gran talento para tener acceso e influencia sobre su hinchada, una gran capacidad intelectual, convicciones, sueños, deseos de cambio, todo eso en la misma persona. Cuando hablaba, el resto escuchaba. Y ahora su aforo dejaría de limitarse a la afición del Corinthians y pasaría ser escuchado por un país entero.
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