Por fin Pablo tenía un trabajo que le permitía darle el gusto de ir a la cancha a ver un partido de Boca. Todavía le tenían fe en la financiera, a pesar de que recibió un billete de $100 falso sin darse cuenta.

Salió del baño todo empapado y con la toalla verde y desvencijada rodeándole en la cintura. Terminó de secarse la cabeza y el rostro y se quedó mirándose en el espejo. Notó que su cabello empezaba a ceder y se le borró la sonrisa. Salió del baño y se sentó en el borde de la cama. Tomó los soquetes, los olió arrugando la cara y se los puso con esfuerzo; se puso la chomba azul con el escudo de Boca en el pecho que le regaló el hermano para su cumpleaños. Guardó su teléfono celular con tapita y la billetera en los bolsillos de su capri de jean antes de salir a la calle.

El colectivo estaba lleno de hinchas y de banderas color azul y oro. Suspiró profundamente para sentir el olor de la marihuana e hizo un gesto de placer. Después se sumó al canto de la hinchada. El cacheo lo pasó sin problemas, salvo el miedo que le dio a que tenga una erección. Se llevó un pequeño susto porque un gracioso le dijo que la entrada era falsa, le sonrió con falsedad y por dentro puteó a todo el árbol genealógico de ese desgraciado.

Recorrió el pasillo en medio de la multitud cantando. Sintió orgullo por alentar a un equipo con una hinchada tan alegre y fiel.

Llegó a la platea y con el ticket en mano buscó su asiento. Cuando encontró su ubicación, agarró su teléfono y con la entrada en primer plano sacó una foto de la tribuna. La cancha estaba repleta. Boca venía de 27 partidos invicto y con el título ahí, cerquita. Ahora le tocaba recibir a Banfield. Pablo estaba feliz.

De repente, se escuchó una trompeta y la gente explotó: “Dale dale dale dale dale dale Boca, dale dale dale dale dale dale Booo...” y Pablo se puso a filmar como un turista japonés mientras cantaba con el resto. Agitó la mano izquierda para sumarse al resto del público. “¡Y dale, y dale, y dale Boca, dale!”. Subió el video a las redes sociales agradeciendo a su padre por hacerlo hincha xeneize.

Salieron los jugadores a la cancha y en el círculo central levantaron los brazos saludando al público. La gente empezó a entonar más fuerte.

Sintió que le palmearon el hombro izquierdo y en el oído escuchó que le dijeron: “Si perdés, te cagamo a trompadas”. Eran cuatro hombres robustos con camisetas ajustadas a la panza que seguro iban seguido a la cancha. El tipo que lo amenazó tenía la cara poceada, ojos saltones de color verde y pelo canoso. Pablo miró a los otros tres que lo miraban con el ceño fruncido y asintió tímidamente, casi temblando, con la cabeza. Se quedó agachado tapándose el rostro con ambas manos hasta que empezó el partido.

Gritó los goles de Cvitanich y del Burrito Rivero más que los de Palermo al Real Madrid. Fue 3 a 0, con Boca casi campeón y lo más importante de todo, sano y salvo.