Ramón y Estela estaban en la cocina. Ramón sentado con la barriga acorralada entre la mesa y la silla. Estela, con su delantal blanco haciendo el almuerzo. Unas insuperables milanesas con papas rústicas. Se escuchó el ruido de la puerta y ambos supieron que era Martincito. Él entró rápido, sin saludar (raro en él) y subió corriendo por las escaleras. Tenía la cara desfigurada de haber llorado y mucho. Se pasaba el dorso de la mano por la cara para secarse las lágrimas. Los padres se quedaron mirando con preocupación. Ramón se levantó y se fue a las escaleras. Subía lentamente y balanceándose. Su esposa sacó la sartén del fuego, se secó las manos con el repasador y lo siguió.
Entraron a la habitación y ahí estaba Martincito; cruzado en su cama, boca abajo y con la espalda que le temblaba por el llanto desconsolado. Luego de un breve silencio, y de mirarse con cara de preocupación, su papá preguntó desesperado:
-¿Qué pasó? ¿Qué pasó?
-Perdió Boca.
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