Despertarse temprano. Preparar el botinero y el bolso. Pasar a buscar a tu compañero y hacerle el mismo chiste de siempre. Llegar al predio. Tomar mate con el encargado de vestuario si sos el primero en llegar, mientras te cambiás.
El silencio del vestuario que se rompe de a poco a medida que llega todo el plantel. El DT que llega, da la charla, comunica cual es el objetivo del equipo y nos deja en manos del Preparador Físico. Salir a correr mientras los colaboradores preparan todo para los ejercicios del día.
Jugar el primer partido. Festejar si ganás o alentarse que esto recién empieza y que se puede levantar.
El equipo que de apoco se afianza. Agarra ritmo. Cada vez más aceitado.
Empezar a ver los resultados. Goleadas, partidos sufridos, polémicas y victorias sobre la hora. Se lesiona un compañero pero el que entra también rinde.
Ganar el clásico. Escuchar a la hinchada festejar cada gol. Levantarte la camiseta y mostrar la dedicatoria.
Llegar a la última fecha con incertidumbre. Los números que se achicaron. La cabeza que juega su partido. Los nervios también. El arquero que salva el arco. Gritar el primer gol. Gritar el primer desahogo.
El segundo gol que llega. El estadio que explota en un rugido. Ellos que descuentan y el miedo que aparece otra vez.
Aguantar el partido y los pelotazos del rival. El tiempo que corre lento. Casi eterno. Las piernas que tiemblan. El pecho agitado.
Trabar la pelota, tirarte al piso. Defender con uñas y dientes la ventaja.
Escuchar el silbato del árbitro. Final del partido. Festejar con tus compañeros y la gente. Feliz, por alcanzar el objetivo.
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