Hace ya más de 20 años desde que tuve por primera vez en mis manos un balón de fútbol, un Mikasa N°5 blanco con negro más grande que yo y que me era imposible dominar. Ese que, ayudando a la herencia paterna, me hicieron apasionarme por el fútbol, un deporte que durante estos 20 años me ha dado alegrías y tristezas, pero sobre todo me ha dado amigos para toda la vida.

Durante estos 20 años el fútbol me ha enseñado muchas cosas, me enseñó geografía, supe donde quedaban lugares como Guachené, Bremen o Turín, me permitió viajar por el mundo a través de una pantalla, conocer 5 partes de Londres en donde la vida se vive de formas totalmente diferentes, estar en Rusia, Sudáfrica y Brasil todo esto desde la comodidad de mi casa.

Me puso a medir el tiempo en espacios de 90 minutos, haciéndome cambiar los años por temporadas de 10 meses que empiezan en agosto y terminan en junio. Que sin importar si es un día normal o una festividad, si hace calor o frío, si es en arena o en la nieve; en invierno o verano, siempre se juega, no importa, la pelota siempre rueda.

Por otra parte, me enseñó que un héroe no lleva capa sino guayos, que puede pasar a ser villano en cuestión de segundos, minutos o incluso años dependiendo la camiseta que se ponga o el arco al que esté mirando. Me enseñó qué hay quienes a pesar de usar camisetas de rivales acérrimos, su calidad y profesionalismo los hace héroes en los dos bandos.

Me enseñó que no existe diferencia de razas, estratos, géneros o edades cuando se esta en la tribuna de un estadio, en donde hasta el más tímido de los seres humanos se puede unir en un abrazo con un desconocido por un gol de su equipo en el minuto 90 y hacer parte de una muchedumbre que grita a todo pulmón las tres letras sagradas de este deporte... GOL.

Y es que el fútbol es eso, es el lugar común de grandes y chicos, no discrimina clases sociales, ya que se disfruta igual con whisky o con guarapo, desde la popular pegado al campo o desde la comodidad de un palco privado, ese deporte que une en un mismo grito de júbilo al que entra con boleta de cortesía y al que rejunta monedas para comprar la boleta.

A lo largo de estos 20 años de ser seguidor de fútbol, he aprendido además que no solo es un deporte, que es un idioma universal que le permitió a un colombiano hablar con dos abuelos checos sobre un partido de la segunda división, que las fronteras son invisibles y que Pasto y Ginebra tienen más en común de lo que uno puede llegar a imaginar.

Hoy, 20 años después de tocar por primera vez ese Mikasa N°5 tengo que decir ya soy más grande que él, pero sigo sin poder dominarlo ni entenderlo del todo, pero me sigue generando la misma alegría y la misma pasión que la primera vez que lo toqué.