Acaba de concluir el Mundial de Rusia con un claro campeón. Pasó un mes de locura deportiva, donde regíamos nuestra vida por los horarios de los partidos y los programas que resumían los goles y las estadísticas. Sí, paso un mes y casi ni nos enteramos. ¿Pero que nos dejo Rusia 2018? ¿Fuimos testigos de buen fútbol? ¿Valieron la pena el insomnio y los nervios? ¿Asistimos a un espectáculo donde no quedaron dudas sobre los ganadores y los vencidos? He aquí algunos comentarios al respecto. 

Un Campeón inapelable

El equipo de Deschamps,  hizo gala de un concepto bien conocido en estos tiempos, el de la "efectividad". Y aunque esta palabra no valorice necesariamente todo el complejo sistema de estrategias y variantes técnicas empleado por los franceses para ganar partidos, lo cierto es que, a lo largo del torneo, todos hemos sido testigos de dos formas claras de pensar y de ejecutar este maravilloso juego: la del ganador y los semi finalistas versus la previsibilidad "nostálgica" de ciertos equipos candidatos que llegaban a la cita mundial con alguno que otro pergamino pegado a la suela del botín. 

No es disparatado considerar que las herramientas usadas por los cuatro teams que llegaron a jugar la última instancia son bien propias del estilo europeo que predomina desde hace tiempo: velocidad de contra ataque, presión asfixiante y  precisión del pase. Ni hablar los plus que suma tener a un par de talentosos, como  Griezmann y Mbappe, cuya sola aparición en momentos precisos decidieron partidos en extremo complejos. Y es que cuando la máquina viene bien aceitada, seguro tendrá una respuesta óptima ante las demandas del trabajo. Cuando hubo que apretar los dientes (como en el partido de Bélgica) apelando a la altura del juego aéreo, se hizo y se ganó. Es decir, cuando el toque, el estilo  y la presión no alcanzan, se recurre a lo clásico, lo más obvio, lo que le rindió a equipos como Inglaterra y Uruguay a lo largo de su historia, aún en este mundial. Sin embargo y sólo en el partido contra Argentina, el equipo blue sufrió en su defensa, recibiendo tres goles de factura -si se quiere- mas ligada a la fortuna que al talento. Un resultado muy mentiroso, ya que durante los 90 minutos, los jóvenes de azul le dieron un verdadero baile a los de Messi, cuya única alternativa para superar a su rival eran el fuego sagrado y la fe en su estrella, dos elementos muy mentados por la albiceleste en diferentes ciclos, como en 1986 y 1990 con Diego Maradona.  

La nostalgia de los históricos

Los candidatos, sin mencionar a Francia, llegaban con más de un problema en lo futbolístico a la cita máxima. Alemania ya había demostrado cierta inestabilidad en su juego en los partidos previos, de preparación, y llegó a considerarse vagamente que un ciclo de jugadores tenía fecha de expiración. Aun así nadie, y recalco nadie, esperaba que los teutones se marcharan sin pena ni gloria en primera ronda, casi sin marcar goles y demostrando una total falta de creatividad para doblegar a sus rivales, cosa rara en ellos. El caso de España, quien llegó a ser campeón en 2006 dando cátedra, fué uno de los casos más paradigmáticos del torneo sumando despido del técnico, polémicas en la interna del plantel, pero sobre todo, una increíble ineficacia para marcar goles aunque fueran dominantes a lo largo de sus encuentros y siendo víctimas de una defensa que concedió demasiadas libertades. Argentina fue el equipo de las dudas, de la falta de trabajo, de las internas fuera y dentro de la cancha, de la desorganización y la falta de pericia técnica. Si bien se consideraba que por fixture, teniendo a Islandia en primera fecha, se podría adjudicar un primer puesto en su zona, los desatinos de todo el conjunto de jugadores y director técnico apenas si pudo salvar el orgullo en un digno pero falaz 4-3 contra el campeón.

En primera ronda Messi erra un penal crucial

Los que sí pusieron la nota de nostalgia aplicada a la actualidad fueron dos grandes sudamericanos que aportaron la emoción y cierta duda especulativa, Brasil y Uruguay ¿Podrían haber sido capaces de vencer a Bélgica y Francia respectivamente? En el primer caso sí, ya que la vieja escuela de toque y talento brasileros complicaron mucho al renovado y técnicamente brillante juego belga, aunque no fue suficiente y la efectividad primó por sobre la lucha. Lo de los charrúas estaba más complicado. Tenían en frente a la maquinita francesa que no dejaba dudas a la hora del ataque y que aprovechó la obvia distancia de atletismo y juego combinado contra la garra clásica o la disposición estratégica más acotada de los celestes. Aún así se fueron de manera menos dolorosa -si se quiere- ya que en cuartos, se supone, se está más cerca del objetivo. Y aquí se acabaron los destinos de estos históricos, cuyas escuelas deberán revertir este vacío identitario que han dejado entrever durante su participación

Los Inesperados

Los ausentes Italia y Holanda dejaron un vacío que bien fue llenado por los Croatas, que al mando de un medio campo tremendo con Rakitic y Modric lograron - no sin sustos mediante- alcanzar nada menos que la final. Estilos bien marcados en la misma, donde, de vuelta, la efectividad, el ataque incesante y la dinámica de la presión sumada al talento individual, sobrepasaron a la práctica croata, más dedicada a la creación y sostenimiento de los resultados. Capítulo aparte para Inglaterra, ese campeón que veíamos en la previa, lejano, sin demasiadas chances. Haciendo buen uso de su tan mentado poderío aéreo y dinamismo juvenil, esta vez sumó a un goleador (Kane) talentoso y un sistema que ya absorbimos como espectadores en la Premier League: velocidad y llegada, recuperación y ataque. Una generación que le devuelve la imagen de antaño a una selección que había transitado en los últimos mundiales sólo como un invitado de lujo. 

Así se nos pasó un mes, entre reuniones de amigos y cervezas; entre pulsaciones desmedidas y arrebatos verbales; entre decepciones y alegrías. Esto nos dejó el mundial, lo que siempre nos deja a pesar de los análisis o las opiniones poco objtivas. Es que pasa cada cuatro años, esta vorágine que nos consume y nos deleita, dejándonos siempre con ganas de más. Y está bien.