Cuando era pequeña mi madre deseaba, como toda madre, que mi hermano y yo incursionáramos en alguna actividad deportiva. Es por todos conocido que para los niños, desde temprana edad, es muy recomendable realizar alguna actividad de física  a fin desarrollar sus habilidades psicomotoras, mejorar la concentración, adquirir disciplina, quemar energía acumulada, mejorar la actitud e incluso aumentar la autoestima del infante, todo lo cual redunda en un mejor rendimiento escolar y en general, enriquece de manera integral la vida de los pequeños.  

Pues bien, mi linda madre comenzó a indagar cual sería el deporte más apropiado para nosotros. Yo nunca he sido amante de los deportes; ya es esa época daba muestras de poca agilidad y habilidad con lo que tiene que ver con juegos que incluían una pelota, llámese voleibol, básquetbol, etc. Me gustaban más las disciplinas que tenían que ver con el atletismo, el ciclismo, ejercicios aeróbicos y ese tipo de cosas. Sin embargo, prevaleció la opinión de mi hermano mayor y fuimos inscritos en la escuela de tennis del Colegio de Ingenieros de estado Aragua. Debo reconocer que fue muy emocionante ir a comprar las raquetas y las pelotas, los zapatos y demás implementos. 

El primer día de clases fuimos muy emocionados y nerviosos a recibir la instrucción. El profesor, un moreno de mediana edad, comenzó con mucha paciencia a enseñarnos los principios básicos de cómo sostener la raqueta y algunos aspectos teóricos. Los primeros pasos rebotar la pelota contra el piso con la raqueta me pareció muy sencillo. Luego practicamos el saque. Me encantó. Aprendí a hacerlo relativamente rápido. Me sentía animada a continuar.

Las siguientes semanas fueron muy frustrantes para mi. Lo único que sabía hacer era el saque. No podía coordinar mis movimientos para lograr darle a la bola que me lanzaba el profesor. No importa como la enviara, yo no lograba devolverla. Luego fuimos al frontón. Aquella pared verde se convirtió en mi enemiga. Mi hermano lo hacía muy bien, cada vez mejor, mientras yo iba sintiendo cada vez menos entusiasmo y era notoria la impaciencia del profesor. Ninguno de los objetivos del ejercicio para los niños se estaba cumpliendo en mi. Por el contrario, comencé a sentirme ansiosa y angustiada, nerviosa, malhumorada e insegura. Afortunadamente mi madre pudo comprender que este no era el deporte para mi y decidió retirarme.

Antes de aventar a nuestros hijos en alguna disciplina deportiva debemos asegurarnos de que es la correcta para sus habilidades físicas, y de que se sienta cómodo y agradado en dicha actividad. Una vez convencidos de que el niño está realmente capacitado podemos ejercer la disciplina y la constancia. Por mi parte agradezco a mi madre no haberme obligado a permanecer en la práctica de este hermoso deporte que no era para mi.