Agobiado por las deudas y atraído por los suculentos premios, en 1968 Donald Crowhurst decidió inscribirse en la Sunday Times Golden Globe Race, primera vez en la historia que una regata tenía como objetivo completar la vuelta al mundo navegando en solitario y sin realizar escalas. Tan solo había un problema: Donald Crowhurst apenas sabía navegar. Por este y otros motivos, aquella regata pasó a la historia como "La Regata de los Locos".

La regata estaba inspirada en el éxito que un año antes había obtenido el legendario Francis Chichester, un aventurero que cambió su profesión de piloto de aviación por un velero con el que surcar los mares. El 27 de agosto de 1966, Francis Chichester había zarpado de Plymouth (Inglaterra) en su velero "Gipsy Moth IV" (16 metros de eslora) para no regresar al mismo puerto hasta el 28 de mayo del año siguiente. En total, había recorrido por primera vez en la historia más de 47.000 kilómetros en solitario, realizando una única escala en Sydney (Australia).

Las deudas de un soñador

Donald Crowhurst había nacido en 1932 cerca de Delhi, en la India colonial británica. Tras una exótica infancia se alistó en la Royal Air Force. En 1968 estaba casado y era padre de cuatro hijos pequeños: James, de 10 años, Roger, de 7 años, y Rachel y Simon, ambos de 5 años. Su estancia en la R.A.F. ya hacía tiempo que había terminado y ahora era propietario de un pequeño negocio de productos electrónicos en Bridgwater, Somerset, que pasaba por un pésimo momento financiero.

Quiso la casualidad, o la fortuna, que una mañana de la primavera de 1968 Donald Crowhurst prestase atención a un anuncio publicado por el Sunday Times. El diario británico anunciaba su intención de organizar la primera vuelta al mundo a vela en solitario y sin escalas. La regata incluía dos suculentos premios de 5.000 libras esterlinas: uno para el navegante que diese la vuelta más rápida y otro para el navegante que fuese el primero en llegar a destino. Y un premio mayor, convertirse en el primer navegante en dar la vuelta al mundo sin escalas y en solitario. La regata debería iniciarse entre el 1 de junio y el 31 de octubre de 1968.

Donald no se lo pensó demasiado, y empujado por la necesidad y por su espíritu aventurero comenzó a buscar la financiación necesaria. La consiguió. Un banco local y un inversor privado, Stanley Best, decidieron financiar la aventura, pero con la condición de que Donald Crowhurst debía terminar la regata. De no ser así, ejecutarían las hipotecas sobre su domicilio y sobre su negocio, abocándole a la ruina total.

Nueve locos para una regata

Con el dinero obtenido, Donald adquirió un trimarán de tres cascos y dos mástiles al que bautizó como "Teignmouth Electron", capaz de alcanzar grandes velocidades pero muy peligroso en una mar con tormenta. Respecto a su equipación, decidió completarla añadiendo sus propios equipos y aparatos de navegación, incluido un precursor del GPS inventado por él mismo y llamado "Navigator". Sin embargo, el tiempo pasaba y Donald asumió que sería imposible estar preparado para el día de la partida, el 31 de octubre, último día para poder participar.

Aún así, y consciente de sus pocos conocimientos de navegación y de no estar preparado a nivel técnico ni él ni su trimarán, el 31 de octubre de 1968, un día gris y ventoso, Donald Crowhurst zarpó desde el puerto de Teignmouth hacia el Océano Atlántico, entre los aplausos de una gran cantidad de público que fue a despedirle. Fue el último en hacerlo, para entonces ya había partido el resto de participantes, ocho aventureros que junto a Crowhurst formaron parte de aquella regata a la que con el tiempo se denominó "la regata de los locos": Robin Knox-Johnston, Nigel Tetley, Bernard Moitissier, Chay Blyth, John Ridgway, William King, Alex Carozzo y Loïk Fougeron.

Un mal comienzo

La ruta a seguir en la regata se iniciaba en Gran Bretaña, dirigiéndose hacia el Sur a través del Océano Atlántico, atravesaba el Cabo de Buena Esperanza y se dirigía hacia el Sur de Australia, para posteriormente cruzar el Océano Pacífico, atravesar el Cabo de Hornos y dirigirse hacia el Norte atravesando nuevamente el Océano Atlántico.

Los cálculos de Crowhurst, exageradamente optimistas, aseguraban que sería capaz de completar la travesía en tan solo 130 días. Sin embargo, la cruda realidad se impuso desde el primer momento y desde las primeras horas Donald Crowhurst supo que lo más sensato sería abandonar la regata. Con las prisas, Donald había olvidado parte del equipaje en el puerto, incluidas algunas herramientas necesarias, las escotillas filtraban agua, el sistema de dirección que él mismo había ideado no funcionaba correctamente y el casco de la embarcación estaba demostrando ser muy vulnerable.

Apenas dos semanas después Donald ya sabía que debería regresar. El 15 de noviembre anotó en su diario: "¡Estar rendido tan pronto! ¡Qué decisión más horrible, pronto debo decidir si debo seguir o no"! Sin embargo, Donald nunca admitió lo mal que estaban las cosas y en sus telegramas y comunicaciones decía estar navegando de acuerdo e incluso mejor que lo previsto. La decisión que debía tomar no era sencilla: si abandonaba debería enfrentarse a la humillación y a la ruina total, y si continuaba se dirigiría a una muerte segura.

Un elaborado engaño

A medida que pasaban los días y que su desesperación aumentaba, Donald fue dando forma en su mente a un retorcido plan: abandonaría la carrera en secreto haciendo creer al mundo que continuaba en ella, para reincorporarse cuando la carrera estuviese a punto de terminar y hacer su llegada en un tercer o cuarto puesto que salvase su honra y su patrimonio. Además, al no tener derecho a premio alguno la organización no comprobaría los datos de navegación.

A mediados de diciembre informó que había batido un récord de navegación: 243 millas en 24 horas. Terminaba el telegrama con una frase: "La carrera comienza hoy". Ahora sabemos que fue en aquél preciso momento cuando comenzó a falsificar los registros de navegación dando comienzo al engaño planificado. Tras avisar de problemas en su radio, se mantuvo en silencio durante once semanas durante las cuales intentó acomodar meticulosamente las entradas falsas del registro: Una complicada tarea debido a la investigación y los cálculos astronómicos que requiere la navegación.

Durante meses se mantuvo merodeando por el Océano Atlántico, navegó por las Islas Malvinas e, incluso, bajó a tierra en Argentina para realizar algunas reparaciones en su barco. En lugar de atravesar el temible Cabo de Hornos, Donald se entretuvo en el Atlántico Sur controlando a sus rivales por radio, y a la espera de reincorporarse a la regata en su parte final.

Cuando creyó estar seguro de que la mayoría de sus rivales llegarían antes que él. decidió reincorporarse a la regata informando de sus posiciones reales. Por radio fue informado de que Robin Knox-Johnston ya había llegado, convirtiéndose en el primer navegante a vela que circunnavegó el globo en solitario. El resto de participantes había abandonado la regata, a excepción de Nigel Tetley, quien posiblemente se convertiría en el navegante más rápido. No fue así, y Nigel Tetley naufragó a 1.200 millas de la meta. Esto convertía a Donald Crowhurst en el único competidor que quedaba en carrera y en el más rápido. Y sus diarios de a bordo serían sometidos a un serio escrutinio.

Dios, Einstein y un dramático final

A través de la radio, Donald Crowhurst comenzó a recibir numerosos mensajes de ánimo y felicitación, y le informaban de la preparación de un grandioso recibimiento que desde la prensa se promocionaba cada día, convirtiéndole en un héroe muy popular. Esto terminó de romper los ya debilitados nervios de Donald, quién ya era consciente de que no tenía escapatoria y se vería sometido a la vergüenza y el deshonor.

Un suceso que tuvo lugar unas pocas semanas antes de su prevista llegada dejó entrever que las cosas no iban realmente bien. Su familia, llena de felicidad por la gesta aparentemente realizada, le transmitió un mensaje por radio en el que le comunicaban que se trasladarían hasta las Islas de Scilly para darle una bienvenida a casa privada e íntima. Donald se negó.

Varios días después, un barco de la Royal Mail avistó el Teignmouth Electron a la deriva. A bordo del trimarán había comida, bebida y tres libros de registro. Pero no había ninguna señal de vida a bordo. La lectura de los libros de registro muestran claramente el complejo y conflictivo estado psicológico de Donald durante las últimas semanas del viaje. Junto a las entradas falsas del registro, se incluían las entradas reales así como poemas, citas y pensamientos al azar. Entre estos pensamientos se incluye un intento por construir una nueva interpretación filosófica de la condición humana que proporcione una vía de escape en situaciones imposibles.

Los pensamientos de Donald se volvieron muy confusos y así lo revela la lectura de los registros de navegación. En sus meses de soledad y de desesperación Donald Crowhurst había desarrollado sus propias ideas sobre el significado de la vida y había comenzado a reflexionar en profundidad sobre la idea de Dios. En sus registros habla del Universo y de la posibilidad humana de alcanzar la divinidad. También profundiza en las teorías de la relatividad de Einstein y en la idea de una existencia que incluya varias dimensiones.

La última entrada del registro se produjo a las 11:20 a.m. del 1 de julio de 1969. Después, probablemente, saltó por la borda en el Mar de los Sargazos. En la última página puede leerse: "Todo ha terminado, todo ha terminado. Es el final de mi juego. La verdad ha sido revelada. Es la Misericordia".

Quizás lo que mejor defina la última etapa vital de Donald Crowhurst sean las palabras que su esposa, hace pocos años, le dedicó en una entrevista: "Pase lo que pase con mi esposo, creo que Donald realmente hizo un esfuerzo para hacer algo extraordinario. Para mí, él siempre será un héroe"