El pasado 2 de noviembre concluyó una de las competiciones deportivas que acapara más televidentes y aficionados con el correr de cada edición, el Mundial de Rugby. Esta vez, el anfitrión fue un sorprendente Japón, la selección nacional que también dio la sorpresa en la anterior edición derrotando nada más y nada menos que a Sudáfrica, el equipo que se vengó de aquella sorpresiva derrota consagrándose campeón del mundo ovalado por tercera vez.

Logo de la edición 2019 del mudial de rugby

Hace pocos días atrás se encontraron en la final Inglaterra, equipo que fue verdugo de los All Blacks en semifinales, y Sudáfrica, que comenzó el torneo con una caída contra el equipo neozelandés, aunque fue encontrando su juego con el correr de los partidos.

A pesar de no llegar al encuentro como favoritos, los Springboks lograron imponer su juego desde el primer minuto ante una Inglaterra nerviosa que no supo encontrarse en ningún momento y desde el inicio se encontró con adversidades. Sudáfrica, por su parte, logró anotar dos tries en el encuentro rompiendo con la costumbre de ganar finales sin atravesar la linea del in-goal, logrando así su tercer campeonato del mundo (igualando el palmarés con Nueva Zelanda) y convirtiéndose así en la única selección en consagrarse campeona a pesar de haber caído derrotado en un partido.

Los sudafricanos festejan luego de vencer a La Rosa

¿Por qué decimos que éste fue el gran sueño de Mandela? Para responder debemos dirigirnos unos cuantos años atrás, 24 años para ser exactos, y situarnos en las turbulentas tierras sudafricanas que albergaron el mundial de 1995, la primer edición que ganaron los Springboks.

Allí la historia fue de película, algo que no fue pasado por alto y Clint Eastwood llevó a la pantalla grande en 2009 con Invictus, basada en el libro «El factor humano» del británico John Carlin.

Portada del libro: «El factor humano»

Pero antes de hablar de aquel mundial debemos conocer un poco sobre la situación del país africano. En aquel entonces existía una grieta prácticamente insalvable entre negros y blancos. Una brecha de odio tan marcada que obligaría a Mandela a tomar una firme decisión.

Tres años más tarde el país africano sería sede mundialista del deporte ovalado y «Madiba» vio el escenario perfecto para obligar a reflexionar a Sudáfrica y al mundo. Una verdadera oportunidad de conciliación entre negros y blancos.

Nelson Mandela anunció abiertamente su apoyo a la selección de rugby, el símbolo de la supremacía blanca y el apartheid, idea que fue tomada con rechazo por parte de negros y blancos. Para hacerse una idea, los Springboks eran el equipo de los blancos, y en cada presentación, los negros alentaban a la selección contraria.

Para el mundial de 1995, el equipo llegaba con una plantilla conformada por jugadores de raza blanca a excepción de uno, Chester Williams.

Chester Williams durante un encuentro en la RWC1995

El plan del presidente comenzó con una reunión con el capitán del equipo: François Pienaar. En aquel encuentro, Mandela le pidió que recorriera el país dando clases a los niños, en especial en los barrios más desfavorecidos, colocando así los cimientos para construir el puente que uniría a blancos y negros.

A pesar de lo humano de la idea, el presidente fue duramente criticado por defender «un equipo de blancos». Equipo que a pesar de ser anfitrión del aquel mundial, estaban pasando (además) uno de los peores momentos y estaban lejos de ser los favoritos.

Paso a paso, con Mandela muchas veces observando desde la tribuna, el seleccionado consiguió un lugar en la final y una cita contra nada más y nada menos que los reyes del deporte ovalado: los All Blacks del temible Jonah Lomu. Encuentro más que complicado.

Luego de 80 infartantes minutos, sudafricanos y neozelandeses debieron ir a la prórroga donde el equipo local logró imponerse 15-12 logrando así su primer campeonato del mundo. Mandela ingresó al campo de juego vistiendo la camiseta verde y oro que siempre identificó al apartheid y entregó con sus propias manos la copa Webb Ellis a su cómplice, el capitán François Pienaar. Este a minutos de conseguir el campeonato soltó una frase que resonaría en todo el mundo: «No hemos ganado para los 60.000 aficionados que hay en el estadio, hemos ganado para los 43 millones de sudafricanos».

Las manos estrechadas, el puente que unió a Sudáfrica.

Luego de aquella histórica victoria de 1995, blancos y negros salieron a las calles a festejar, olvidando sus diferencias y dejando en evidencia que el deporte puede reparar grietas, cicatrizar viejas heridas y demostrar que los viejos y malos momentos pueden ser olvidados por unos minutos, días, semanas, meses... o años.

Los Springboks levantarían la copa en Francia, doce años después, ante Inglaterra. Final que se repitió el 2 de noviembre pasado, también doce años después, ante el mismo rival y nuevamente sin ser los candidatos al título. Poético.

La situación en el país austral del continente africano sigue siendo turbulenta, todavía existen divisiones latentes entre blancos y negros, pero en lo que respecta al rugby, la unión ha prevalecido. El último campeonato tiene otro sabor, esta vez la idea de Mandela fue más allá, hoy los Springboks por primera vez tienen un capitán de color: Siya Kolisi. Algo impensado veinticuatro años atrás, tal vez no para Madiba.

Siya Kolisi levantando la copa Webb Ellis

El capitán sudafricano lanzó un emocionante discurso que trajo el recuerdo de aquel presidente que fue apresado por los blancos durante dieciocho años y salió dispuesto a perdonarlos a todos, a reconciliar una nación.

«La gente de Sudáfrica ha estado siempre detrás de nosotros, tenemos muchos problemas en nuestro país pero hemos demostrado que juntos podemos con todo. Vinimos de diferentes situaciones, diferentes razas pero cuando empujamos todos en la misma dirección podemos conseguir lo que queramos» Siya Kolisi