Cuento satírico

Ofrezco sentidas disculpas, por atreverme a escribirles un cuento satírico ... sucede que quise ser fiel a mi convicción de explorar las letras en todos sus matices y espacios. También, agradezco de antemano a mi alumna de Wushu. Ella se llama Lupita-(no Polita), quien amablemente me permitió fotografiarla, como mero hecho de ilustrar mi historia y por que no, darle el tinte deportivo.  Recuerden que la ficción es por mucho fascinante.

Polita es simple de describir. Tiene una melena grande. ¿lo ve?, ¡seguro que sí! Es demasiado bromosa como para ignorarla; seguramente ésa melena es la culpable de todos mis quebrantos, y por eso he cometido tal asesinato. Así es señor juez, soy confeso, doloso, pero jamás arrepentido. Mataría mil veces por esa mujer, por la Polita de mis dolores, ¡y mataré al que lo dude, sin duda alguna!

Su melena es el problema, no es su carácter de los diez mil demonios, su manía por las flores o el hecho de que me ha puesto los cuernos 23 veces, su melena es el problema. Es una cabellera negra azabache, plagada de gruesos rizos, formados uno tras otro con precisión absoluta. La cadencia de su cadera no sería nada sin esa mata de greñas, gruesa y abundante. Incluso su cabeza con todo y ojos mil profundos, se volvería un objeto inanimado. La melena de Polita ha sido motivo de penas y glorias, no solo para mi corazón, si no de muchos otros incautos, atrapados en medio de su maraña.

Aquella noche, fue de una negrura especialmente profunda. Incluso los candiles típicamente apagados de mi cuadra, parecieron contagiar a la manzana entera. La verdad, yo estaba planeando la estocada final desde hace mucho, con días… que digo días, semanas de anticipación. Preparé el puñal, la soga, las amagas para la boca e incluso un “tapa ojos” que luego decidí eliminar; porque se me dio la gana ver los ojos de esa libertina, justo cuando le rebanara su infiel y delicado cuello.

No es que me cercenara los sesos, repitiendo una y otra vez la imagen de Polita, brincando feliz encima de un vaquero. Tampoco me desesperó su manía de fumar de día y de noche, lo que me animó a concretar mi crimen, fue su sacrilegio. Así como lo oye, señor juez, la china infeliz, se atrevió a quitar el retablo de San Martín de Porres. Para en su lugar poner, ¡a la santa muerte! Ya no pude más y entonces, quise cortar el problema de raíz, y fue así como comencé a estudiar todos sus movimientos. Me convertí en su perro de guardia, la vigile de día y de noche, en todas partes: la plaza, la iglesia, el baño y hasta cuando ella dormía, tirada sobre su larga cabellera, me propuse a estudiar cada segundo de su respiración, para encontrar el momento, en que pudiese acabar con su escandalosa existencia

Un día, la providencia me indicó el camino. Desde el mediodía, la vi salir de casa, moviendo su cadera grande y redonda, debajo de ése vestido floreado, con canasta en mano y dentro, bien escondida, una botellita de anís, que yo muy bien sabía para quien era. ¡ése acólito del infierno!, amante de mi mujer, ¡sacrílego, sin respeto por el padre, por la iglesia, por mí, por nada!

Yo sabía muy bien para dónde iba esa melena, con la mujer debajo, y me moví rápido, como una sombra sigilosa, adelantándome, pude instalarme detrás de la capilla de los retablos, donde ése par, solía retozar.

Esperé …. Con paciencia de santo. Las horas parecían eternas y no me moví, Por Dios que no moví ni un pelo de mi cabeza, hasta que vi, acercarse una silueta: era ella, lo supe por el aroma que desprende su melena. Luego escuché las risas burlonas de los sacrílegos, y me aferré al puñal, como un animal en celo, un tigre, que digo un tigre señor juez ¡un león! Esperando, azorado, listo para ejecutar mi plan, un simple cuchillazo en el cuello de Polita, para cortar de tajo esa melena, con todo y cabeza. Así que me acalore todo, y sentí un hervidero de tripas con los primeros sonidos inapropiados. Salté sobre ella y … LA MELENA DE POLITA … hay señor juez, ésa melena maldita es la culpable; seguro tiene el hechizo protector de la santa muerte. Vi mi mano resbalar hasta el acólito, vi mi mano encajar el puñal, 23 veces, en la batita blanca que para el final ya era roja, mientras la melena negra, se agitaba cadenciosa, tratando de detener mi mano. Nunca toque uno solo de sus rizos. Pero a ése pobre muchacho, sí que lo destripe´… ¡y lo haría de nuevo señor juez!, sin duda alguna, mataré a todo aquel que lo dude.