Agradezco mucho a mis alumnas: Lupita y Andrea. Siempre apoyando mis locuras
Recuerdo que desde pequeña tuve fascinación por las artes marciales. Solía correr de la escuela a mi casa imaginando que era Xena, la princesa guerrera. Al llegar a me trepaba a un árbol y cortaba un par de guayabas ... no hay cosa más deliciosa que comer la fruta directamente de una rama fresca.
De repente escuchaba la voz aterradora de mi papá, diciéndome que bajara del árbol o podría lastimarme. claro, él únicamente pensaba en mi bienestar, aunque para mi, mirar a ése hombre alto y corpulento, podía ser intimidante.
Un buen día, llego un profesor a mi pueblo, impartía clase de kungfu; yo debía estar ahí. literalmente me adherí a la falda de mi mama durante lo que seguramente fue un suplicio para ella. harta de mi insistencia, me inscribió a mi primera escuela de artes marciales.
Nunca tuve permiso de mi padre, durante los primeros 5 años de formación, aparentemente yo iba a "cosas de niñas". En realidad, el grupo estaba conformado por 14 hombres y 2 mujeres, el profesor siempre nos hacia practicar juntas, a mi prima y a mi, para "no salir lastimadas". Nunca pudimos competir con los chicos, la superioridad en fuerza era evidente y natural, pero la sensación de inferioridad se fue gestando poco a poco, día tras día, con la cantaleta constante de los adultos que siempre me dijeron: deberías hacer algo más adecuado para las niñas.
Terca y necia, así me llamaba mi abuelito. Me mantuve en mis clases, cuando cumplí 15 años, mi instructor me puso a monitorear los horarios. El verdadero reto comenzó: ganarme el respeto de mis compañeros, ahora como su instructora. Fue complicado al principio y tuve que correr, hacer sentadillas, patear, hacer abdominales, mucho más veces que mis nuevos alumnos. Al fin sostuve el dummy con la suficiente fuerza; es más, con firmeza plena. Por fin deje de ser débil ante sus ojos y empezaron a verme como su igual.
Luego tocó salir a estudiar fuera de mi pueblo. El wushu siguió conmigo y los obstáculos también: acoso, discriminación, burla, actos injustos y toda clase de alegorías que le ponen sabor a la vida y limón a los retos que a mi me gusta llamar "picositos".
También conocí auténticos caballeros, de armadura blanca, guerreros marciales nobles y educados, guerreras marciales admirable que lograron carreras impresionantes, personas inspiradoras, líderes y motivos para seguir en la búsqueda constante.
Ahora, los hijos de mis ex compañeros de antaño, son mis alumnos, me alegro de pertenecer al deporte federado, de ser parte de una mesa directiva a nivel estatal, donde impulsamos atletas sin importar su género. Me hincho de orgullo cuando veo el aumento progresivo de mujeres que no solamente practican artes marciales, también tienen el apoyo ausente de antaño. Ahora mis alumnos son tratados por igual y su género no les impide mirarme con respeto y admiración, como un ejemplo a seguir.
La moraleja es simple: el deporte es inclusivo, saludable, inspirador, utópico, vasto, diverso, creciente, y un maravilloso estilo de vida, para absolutamente todos los hijos, de la madre tierra.
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