Una gran parte de los momentos más importantes de mi vida están ligados inherentemente al fútbol, de forma directa o indirecta. Es prácticamente imposible separarme del fútbol. Pero en esta oportunidad les contaré sobre una ocasión en la que un grandísimo evento futbolístico que me causó una alegría sin igual, casi marca el final de mi vida (o al menos eso creo).

Nos encontramos en el año 2015, más específicamente el lunes 12 de enero. En ese momento estudiaba en la universidad y para la gran mayoría de los jóvenes ese día solo representaba el inicio de un nuevo trimestre de clases. Pero para mí, ese lunes era día de entrega del FIFA Balón de Oro 2014 el premio individual por excelencia en el fútbol Mundial.

Jamás me he perdido ninguna de estas galas, pero la de este año era particular ya que de nuevo se encontraba entre los ternados Cristiano Ronaldo, ídolo de mi Real Madrid y uno de los jugadores que más quiero. Y no sólo estaba nominado, sino que era el máximo favorito para hacerse con el premio por segundo año consecutivo, tras haber ganado el año anterior.

En la universidad estudiaba en el turno matutino y desde que salí a clases sólo pensaba en llegar a casa para ver la ceremonia. Finalmente terminaron mis clases y puse rumbo a casa para ver a Cristiano. Apenas llegué, almorcé rápido y me instale en mi habitación en el segundo piso a ver la gala que empezaba a la 1:00pm.

Mis padres y mi hermanita iban de salida, así que yo me quedaría sólo en casa; mejor para mí, podría gritar y celebrar con total libertad. Así que los despedí e inmediatamente me pegue al televisor junto al refresco que sobró del almuerzo.

Empezó la gala y mis nervios aumentaban. Fueron pasando todos los premios de relleno hasta que finalmente llegó el momento de entregar el Balón de Oro. Messi, Neuer y Cristiano eran enfocados mientras Thierry Henry abría en sobre que contenía el nombre del ganador. Cuando Henry dice “Cristiano Ronaldo”, no puede evitar saltar de alegría, gritar y empezar a aplaudir como loco con una sonrisa estúpida que era imposible borrar de mi rostro. Aún me da risa la expresión de Neuer diciendo como que “¿en serio?”, al oír que Cristiano era el ganador.

De nuevo, Cristiano Ronaldo subía a recibir su premio que lo consagraba como el mejor futbolista del mundo. Ese día, en medio del discurso de premiación, nació el mítico “¡SIIIUUU!” de Cristiano que se repitió vez tras vez en el Bernabéu en cada uno de los goles y que obviamente imité con orgullo ese día y muchos otros.

Hasta ese momento todo era felicidad. Una vez concluida la ceremonia, me dispuse a bajar a la cocina a beber agua y asimilar la emoción del momento. Fue entonces cuando abro la puerta y me encuentro con un muro de humo negro enfrente de mí. Inmediatamente volví a cerrar la puerta de mi habitación alarmado, volví a abrir y confirmé que no se trataba de mi imaginación: había una nube negra que no me permitía ver absolutamente nada. Literalmente no podía ver más allá de mi nariz.

Tomé mi paño, lo puse sobre mi rostro y me lancé a lo desconocido. Lo primero que hice fue lanzarme al suelo para poder respirar mejor y bajé con cuidado y casi que de memoria las escaleras hasta la planta baja. Al llegar abajo, el humo era pero y aún más denso. Inmediatamente abrí todas las puertas y ventanas de mi casa y el humo empezó a disiparse de a poco.

Con el panorama más claro, me dirigí a la cocina y me encontré con la fuente del problema. Lo que sucedió es que mi mamá antes de salir puso a remojar en agua caliente los pañitos de la cocina (al parecer esto se hace por higiene, para matar las bacterias). Tomó una olleta, la llenó de agua, metió los pañitos y prendió la cocina. Obviamente ella olvidó por completo apagarlos y también olvidó mencionármelo antes de salir.

Apagué la cocina, retiré la olleta y la puse a remojar en el lavaplatos. La realidad es que había quedado totalmente carbonizada. Desde afuera, mi casa parecía esa típica imagen de edificio en incendios con humo saliendo por doquier. Pensándolo bien, casi al final del Balón de Oro mis ojos empezaron a ponerse llorosos. Yo pensé que era por la emoción, pero luego me di cuenta que se trataba de humo que de a poco empezaba a inundar mi habitación.

Quizás piensen que al ver todo ese humo saliendo de mi casa los vecinos se alarmarían, pero nada más lejos de la realidad. Resulta que vivo en un pequeño conjunto habitacional cerrado, donde la mayoría de los propietarios trabaja horario completo. Eso significa que durante el día mi calle está prácticamente sola, así que pude haber muerto en un incendio en mi casa y quizás nadie se hubiera dado cuenta de inmediato.

Finalmente salió todo el humo de mi casa y sólo podía reírme de lo sucedido. Esa tarde pasé de celebrar el Balón de Oro de Cristiano Ronaldo a casi morir asfixiado en mi propia casa. Y de nuevo, el fútbol iba a estar ligado a un momento significativo de mi vida, como siempre ha sido y como siempre será.