Mi breve historia como réferi de fútbol amateur

Mi primer partido como árbitro.Foto: Ariel Zanni

Debo Decir que nunca esperé ser árbitro de fútbol. Ni se me pasó por la cabeza. Pero, en honor a la verdad, la invitación me encantó. Era para descomprimir la situación con los otros árbitros, me advirtieron. Pero qué podía pasar, si solo iba a controlar a un grupo de personas que se juntan a jugar semanalmente, para distraerse y divertirse. El premio no es dinero. Unos trofeos y un gran costillar a la llama, el manjar de los campeones. Es más, no necesitarían árbitro, tratándose de un torneo amistoso.

Sin otro árbitro que me ayudara, porque era una cancha reducida, para equipos de 7 jugadores cada uno, el debut fue más que auspiciante. Un partido con fricciones, algunos enojos de los jugadores y las protestas típicas de quien se siente perjudicado. Y claro que hubo errores de mi parte; en ese y en los partidos que vendrían después. Pero como no conocía a ningún jugador, no podían acusarme de parcial ni mal intencionado. Sin embargo, no contaba con la psicología negativa (si se me permite el concepto) del jugador de fútbol, al menos del argentino. Aunque más bien, y perdón por generalizar, del ser humano, porque no se nace futbolista.

Hubo jugadores que desde el primer minuto de juego, desde el primer pitazo de una pequeña falta en su contra, empezaban con el maltrato hacia el árbitro, es decir, hacia mi persona. Yo, que me considero un dialoguista por naturaleza, intentaba calmar los ánimos y hacía que fluyera el juego. Pues de eso se trata, de jugar al fútbol. Pero algunos no lo entendían...no lo entienden. Los insultos hacia el árbitro iban creciendo y lo peor, también las agresiones entre los jugadores.Tuve que expulsar a más de uno.

Al término de cada jornada me preguntaba realmente que les pasaba por la cabeza a esos exaltados. A veces quería yo insultarnos, al menos en silencio pero llegaba sólo hasta la palabra energúmenos. Entendía y entiendo aún hoy, que se trata de personas enojadas consigo mismo, y por eso, más que ofender al árbitro, tratan de descargar sus frustraciones del día vivido, que seguramente fue más difícil que el mio. Tanto ellos como yo, al otro día tendremos que madrugar para ir a nuestros trabajos. Ellos no serán ni Messi, ni Cristiano, y yo no seré Pitana dirigiendo la final del mundial.

Por eso, y para no perjudicar mi salud mental, colgué el silbato para siempre. A divertirse, que en definitiva, es sólo fútbol.