La selección estadounidense celebra su 4º título en la SheBelieves Cup

Que el futbol se está volviendo mujer (o, por lo menos, sigue avanzando en esa línea) es un hecho contrastado por los datos y por el creciente interés que despierta en los aficionados del balompié. El último mundial disputado en Francia fue un éxito de público y seguimiento, y así empiezan a serlo también las ligas nacionales. Si bien la pandemia del Covid-19 ha frenado de un modo brutal todos los eventos deportivos, también es cierto que la situación derivada de esta lacra mundial ha permitido que empiecen a proliferar nuevos modelos de consumo del deporte. En este ámbito, las apuestas de los medios audiovisuales (necesitados de espacios diferenciadores y ganchos para enriquecer sus parrillas) parecen ir abriendo espacio a las chicas del Deporte Rey.

No solo una cuestión de dinero

Evidentemente los precios de los derechos audiovisuales influyen y no poco en esta estrategia de difusión. Allá donde las cadenas generalistas no pueden casi ni soñar con volver a retransmitir grandes eventos como las mayores ligas europeas o las competiciones continentales, el futbol mal llamado femenino abre una brecha. Retransmitirlo es barato y también está empezando a ser rentable. Un ejemplo es la recién finalizada SheBelieves Cup. Llegada a su sexta edición, este año fue retransmitida en un número creciente de países con índices de audiencia nada desdeñables incluso en países como España, donde la televisión en abierto decidió programarla en horarios de mañana o de sobremesa. Y eso que este año la selección española no participó en el torneo (sí lo hizo en la edición anterior), pero el inmenso poder mediático de la selección estadunidense se está convirtiendo en uno de los mayores alicientes y empujes para los aficionados de todo el mundo. Ver jugar a Megan Rapinoe, Alex Morgan, Carli Lloyd y compañía es una forma de aproximarse a la excelencia del balompié femenino y sirve como reclamo de una marca que se está consolidando a nivel planetario. Pero no se trata solo de eso.

Un valor deportivo

Allá donde el viejo futbol de los grandes equipos europeos se está volviendo lento y predecible debido a las diferencias entre en potencial de los distintos equipos, a la instauración de una oligarquía inaccesible gobernada por los millones en la que solo quien puede gastar más tiene asegurado el éxito (el comercial, el deportivo es más cuestionable y parece estar también en segundo plano) y a los calendarios inasumibles que solo consiguen garantizar lesiones y bajo rendimiento, el fútbol jugado por mujeres consigue colmar ese gap de interés y ofrecer ese factor sorpresa y diferencial que ahora parece faltar.

Juego rápido y de ataque, pasión agonística dura pero limpia, un ritmo elevado y el plus del valor simpatía por las difíciles condiciones en las que muchas veces tienen que competir: en eso consiste el nuevo fútbol que interesa y es capaz de aumentar su público objetivo incluyendo y añadiendo colectivos que hasta ahora se han visto poco involucrados en el seguimiento deportivo de una de los deportes más queridos del mundo. Inclusión, esa parece ser la palabra, la clave, el mantra. Y sería maravilloso que el fútbol multimillonario, ese que siempre está en el centro gracia a su aura y su poder, pudiera volver a incorporarlo, primando un poco más los valores y un poco menos los millones que parecen haberse convertido en su razón más poderosa de ser, más allá de los deseos de las personas que siguen demandando ilusión, compromiso y emoción.

Parece que la del fútbol femenino se está convirtiendo en una receta a la que acudir frente al tedio y a la indigestión que empieza a dejar el plato fuerte. Una buena hamburguesa en lugar de un plato de alta cocina que resulta demasiado caro, masticado en exceso, previsible y sobremanera exprimido. Desde luego el fútbol a la cata tiene sus pros y sus contras, y está claro que sigue y seguirá siendo el alimento más demandado, pero es bonito ver que, poco a poco, el menú se va ampliando. Lo deseable será que puedan (que podamos) comer todos, sin quedarnos con hambre y sin que se nos acabe atragantando algo que por sus mismos ingredientes debería ser la comida del pueblo.