Esta final de la Copa Libertadores es el punto más alto en la historia del fútbol sudamericano y del mundo. Sí, del mundo, porque en ningún otro rincón de este planeta comenzará a jugarse la vida de millones, apenas ruede la pelota.

Fuente: tn.com

Ayer, el árbitro Roberto Tobar recorría la cancha de Boca bajo una copiosa lluvia y llevaba en sus manos a la determinante figura que dictaría sentencia sobre el estado del campo de juego. Ayer, los ojos del continente miraban fijo, en vivo y en directo a una pelota. No picaba, no corría, no podía jugarse así la final más grande de la historia. Los ojos de un continente, en una pelota.

En las tribunas, los hinchas del Xeneize silbaban y gritaban a los árbitros. Llevaban 3 horas esperando bajo la lluvia. Afuera, el barrio de La Boca estaba anegado; los vecinos, que no pudieron comprar una entrada irónicamente "popular" a $800, sacaban el agua de sus casas con baldes, y en las callecitas empedradas corrían brazos del Riachuelo.

En Núñez, los Millonarios hacían vigilia en la puerta del Monumental esperando la salida del equipo. Una multitud épica, imponente, encendía bengalas rojas y blancas bajo una tormenta constante que no cesó durante horas.

Todo esto, fue ayer. Y hoy, también.

Hoy, la marea roja y blanca tapa como aluvión Av. del Libertador y grita al unísono por River Plate. Acompañan el micro donde van los jugadores hacia la Bombonera. Es una escena épica, propia de los más grandes acontecimientos sociales de mi país. Mi país tan revoltoso, tan agitado, mi país tan River-Boca, tan Boca-River.

Épica salida de River del Monumental.

El plantel de Boca Juniors parte del hotel. El "mellizo" Barros Schelotto se sale del cordón de seguridad, se acerca a su gente y un hombre con los ojos llorosos le entrega un rosario. Guillermo lo aprieta fuerte y lo guarda en el bolsillo de su camisa.

Es que mi país es tan Boca-River, tan River-Boca.

La Bombonera explota como nunca antes explotó y nunca más volverá a explotar. River sale a la cancha. Hay que tener fortaleza para salir por esa manga al territorio del enemigo con todo su ejército guerreando, sin recordar el ardor del gas pimienta que les arrojaron en los octavos de otra Libertadores. No debe haber sentimiento de soledad más grande. Boca también va a sentirlo, cuando ose pisar el Monumental. Pero ahora lo disfruta, entra en su casa imponente y la sangre arde. Y la 12 canta hasta romperse la garganta, trepada al alambrado.

Entrada de los equipos a la Bombonera.

Tras el temporal de ayer, el día de hoy está sumamente húmedo. No se puede respirar. Nos duele el pecho. Nos duele el pecho y punza contando los segundos hasta escuchar el pitido. Las calles de Argentina están vacías. Es que mi país es tan River-Boca. Tan Boca-River.

Y sí, obviamente es una final anunciada hace tiempo por la Conmebol para revalorizar el campeonato y vender la transmisión en un horario que en Europa es consumible. Claro que el VAR responde a directivas e intereses económicos. Los intelectuales antifútbol se indignan: "¡opio para el pueblo! ¡opio para el pueblo!" El inoperante Presidente de la Nación anunció semanas antes que permitiría público visitante, y al día siguiente los dirigentes de ambos clubes rechazaron semejante irresponsabilidad. En la previa del frustrado encuentro de ayer detuvieron a 95 personas por antecedentes y pedido de captura. 2.000 efectivos policiales requiere este primer partido sin público visitante. El operativo más grande de la historia, más grande incluso que el operativo donde el gobierno nos reprimió con balas en el Congreso, por protestar contra la Reforma Previsional con la que recortaron los derechos jubilatorios de mi país. Este país mío tan Boca-River. Tan River-Boca.

Van brotando las próximas leyendas, mitos y anécdotas pintorescas de este día histórico. Los judíos que viajaron a España para evitar el Sabath por la diferencia horaria y así poder ver el partido. En vano, porque ayer se suspendió y tuvieron que volver. O el japonés que compró una entrada a 1000 USD y viajó hasta Argentina sólo para presenciar el partido y volver enseguida a Japón. O los rumores conspirativos sobre un bloqueo programado en las señales de celulares para que el "Muñeco" Gallardo, inhabilitado para estar en la cancha, no pudiera comunicarse con el equipo. El querido Negro Fontanarrosa, escritor de cuentos futboleros deslumbrantes, y ya fallecido hace unos años, debe estar relamiéndose en una nube, entre tanta historia por ser contada, y tanto lápiz que hubiera afilado.

Es que nuestra historia, nuestra esencia, nuestra identidad, es tan River-Boca. Tan Boca-River.

Duelo irreconciliable como las diferencias políticas, como las tendencias ideológicas y literarias. Leopoldo Marechal lo describió ilustradamente en la novela "Megafón y la guerra", en 1970: “Había en las tribunas una tensión indefinible, como la de la atmósfera un minuto antes del huracán. Se trataba de aquel ‘olor a bronca’ misterioso y temible que la nariz de ningún porteño deja de olfatear en el aire y que nos emborracha como una pólvora. Cuando los dos teams salieron a la luz por el túnel, el caos de la furia se individualizó en silbidos y aplausos: las jetas hirientes de los que silbaban se volvieron a las jetas borrascosas de los que aplaudían. Y se inició un encuentro maligno y enredado, como si demonios invisibles y de camisetas contrarias inspirasen las accio­nes”.

Acá, fútbol y política son lo mismo. Y quien se anime a negar esta verdad fundacional de nuestra identidad colectiva, es lisa y llanamente un "pecho frío". Nosotros somos Boca-River. Somos River-Boca.

Hoy, las guardias médicas de mi país, carentes de presupuesto y recursos, recibirán muchas urgencias cardiológicas. Hoy, todas las patologías psicológicas y anímicas pueden habitar cada dos segundos en una misma persona. Hoy, se ríe y se llora. Hoy, miles de pibes solamente lloran, porque sus casas, ubicadas en barrios pobres y asentamientos, fueron arrasadas por el agua y no pueden ir a ningún lado a ver el partido, cuya transmisión no es gratuita. Se han quedado sin la poca ropa que tenían, sin el único par de zapatillas, no saben si van a poder comer. El estómago y el corazón se les estrujan de hambre. Hambre de comida y hambre de pelota.

Fuente: La Garganta Poderosa

Con todos los tintes, defectos, padecimientos, reproches y tristezas, este partido nos estremece hasta los huesos, como si no hubiera mañana. Como si entre este duelo de ida y el duelo de vuelta hubiera un hueco en el tiempo, y nada más. Quizás sea porque nos vemos a nosotros mismos reducidos en 22 personas y una pelota. 208 años de historia en una cancha. 40 millones de personas mirándose a los ojos al mirar un partido.

Terminó el primer tiempo. Boca 2 - River 1. Una bocanada de aire de 15 minutos no alcanza. Esta piel de gallina se eriza con cada latido. No lo duden ni por segundo, sí hay algo más decisivo que el mismísimo desembarco en Normandía: este River-Boca/Boca-River.

El impacto social y cultural que el desenlace de esta final traerá será más significativo que la pérdida de la categoría de River en 2011. El descenso a la B Nacional fue un suceso traumático no sólo para los hinchas de River, si no para la sociedad en general. E incluso, aunque hoy Boca se mofe de aquella tragedia, el club Xeneize también sintió con dolor la pérdida de su rival. Boca no es sin River y River no es sin Boca. Pero en esta ocasión, la cosa es distinta. Porque un equipo puede volver del descenso, causado por la mala gestión de la dirigencia, con empeño y dignidad. Pero del resultado de esta final no se vuelve.

Finalizó el partido. Boca 2 - River 2. Vuelven a escucharse, de a poco, los ruidos de los automóviles en las calles. Los pasos de las personas, las voces. Alguien se anima a poner una cumbia, a lo lejos. No voy a hacer un relato técnico del partidazo que jugaron los dos equipos más grandes de Sudamérica. Se trata de un relato de ésto. Ésto que somos.