Es increíble pensar que el mejor jugador de la historia todavía tenga desertores. Y que esos desertores sean sus mismos compatriotas. Es que el exitismo nacionalista hace que prefieran a un tipo que apenas puede caminar y hablar que a un ejemplo de deportista con una ambición inagotable.
Reconozco que fui un desertor al principio de su carrera; cuando prefería jugadores populistas como Carlos Tévez. Pero luego el buen gusto me enderezó y me hizo disfrutar de un atleta sin techo, sin límites. Un jugador de fútbol que va derribando records y acomodando su nombre en la cima de todas las estadísticas.
Es que uno está mal acostumbrado por él y pareciera que verlo hacer goles seguido es moneda corriente, pero en realidad no. La nostalgia nos hace añorar a cracks como Ronaldo o Ronaldinho, pero si comparamos sus rendimientos y sus números, Messi los supera airadamente.
Uno se olvida que aquel jugador de fútbol fue un niño con problemas de crecimiento, que tuvo que inyectarse hormonas en su muslo para crecer en lo físico. Un chico tímido, de pocas palabras y que se ganó el respeto de sus compañeros hablando en la cancha con goles, asistencias y lujos.
Por suerte yo no me olvido. En un país con amnesia selectiva y exitista, no me olvido que la Pulga decidió jugar en la selección argentina, a pesar que le dieron la espalda y que se lo critique por trivialidades como “cometer el crimen” de no ganar un Mundial o una Copa América.
Pero la gente es malagradecida y los medios también cuando se aburren de un ídolo. Lio siempre demostró querer ser el mejor. Lo hizo puliendo su pegada en tiros libres. Lo demostró en aquella final de Copa del Rey contra Atlhetic Bilbao con su carácter y convirtiendo uno de sus mejores goles en su carrera.
Goleador, especialista en tiros libres, asistidor quirúrgico y lo más delicioso de todo, sus túneles. Los aplausos y las ovaciones bajan de las tribunas cada vez que Messi hace pasar el balón por entre las piernas del rival.
No quiero pensar en lo que estoy pensando. Ni siquiera lo voy a escribir pero se lo estarán imaginando. Por eso, sólo voy a dedicarme a seguir disfrutando de su magia hasta que sus botines queden colgados en el vestuario local del Camp Nou por última vez.
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