Steve movía la visera todo el tiempo, fumaba un cigarrillo tras otro. A pesar de que West Ham ganaba sin problemas de visitante ante el Oxford City, no dejaba de insultar. Estaba ensañado con Lee Chapman, el delantero de su equipo, que no podía superar a la defensa rival a pesar de ser superior físicamente; cada vez que el atacante tenía la pelota, Steve le gritaba: “Chapman, burro, levanta el culo”.

Para colmo, el delantero del equipo de Londres termina la primera etapa lesionado. Harry, el entrenador del equipo, lo miraba de reojo; cada vez que ese joven insultaba a su jugador él se enojaba cada vez más. Luego del entretiempo, el DT se acercó hacia la tribuna para hablar con ese muchacho atrevido. Le preguntó a Steve si se creía capaz de hacerlo mejor que Chapman y este respondió que sí sin dudar. “Bueno, acompáñeme”

Steve tardó en reaccionar y, cuando lo hizo, saltó el cartel de publicidad y corrió por el costado de la cancha hacia el vestuario. El público cercano a Steve no entendía bien lo que pasaba. El utilero los vio entrar y negó con la cabeza. Era otra de las locuras de Harry.

Steve se cambió solo porque el segundo tiempo ya estaba empezado. Se calzó la número 3 granate con mangas celestes y fue hacia el DT. “En qué posición jugás” le preguntó. Soy delantero mintió, porque con sus amigos jugaba de lateral por izquierda.

Steve entró a la cancha con sus piernas chuecas y flacas. La voz del estadio le preguntó al entrenador de los Hammers quién era y este le contestó: ¿Cómo, no viste el mundial? ¡Es el búlgaro Tittyshev!

Steve recibió la pelota cerca de la medialuna del área, de espaldas al arco, y descargó con el volante izquierdo. Se sintió realizado de haber completado esa jugada con dignidad, sin hacer el ridículo.

En el minuto 40 le llegó una pelota, siempre de espaldas, dio media vuelta entre dos defensores y encaró hacia el arquero del Oxford; que salió rápido para achicar y Steve remató fuerte, arriba. La clavó en el ángulo. Golazo.

Corrió hacia la línea del lateral, con la cara desencajada de alegría. Acababa de cumplir el sueño de todo hincha: jugar en el equipo profesional y hacer un gol.

Dos pitidos cortos le cortaron la ilusión. Le acababan de anular el gol por posición adelantada. El sueño no se volvió realidad por completo. Pero a Steve, ¿quién le quita lo bailado?