Todo empezó cuando Nahuelito “Ocho Pollo” llegó agitado en su Montain Bike azúl a la esquina de siempre, Pola y Mazza. Le decíamos “Ocho Pollo” porque una vez comió 8 porciones de pollo. Récord que nos parecía inimaginable para un chico de 11 años.
La bici le quedaba grande, pero igual se las ingeniaba para manejarla; la transpiración le caía por la sien y desembocaba en sus mofletes de piel mestiza. Los ojos verdes le brillaban cuando dijo: “Los del San José nos quieren hacer partido”. Emiliano, un flaco alto, castaño de pelo ondulado y que permanecía apoyado al costado de la ventana, dejó de tomar la coca; todos dejamos de hacer lo que estábamos haciendo para mirarnos entre todos. La panza sudada de Nahuelito se contraía para recuperar aire. Pablo, sentado en el piso de la vereda al costado de la ventana, se frotó la naríz y habló mirándonos a todos: “Hay que preparar la canchita: cortar el pasto, sacar la basura, conseguir las maderas para armar los arcos, conseguir pintura blanca para marcar las áreas...” “Yo le puedo pedir la podadora a papá” aportó Guza, su hermano. “Yo puedo traer las bolsas de residuos para la basura” aseguró Fede. El Colo se rascó la cabeza y comentó: “Yo consigo rastrillo, pala, tijera y alguna que otra herramienta que haga falta”.
Maty y Luquitas habían conseguido un terreno abandonado a pura persuación. Le juraron y perjuraron a Don Emilio, un señor de bigote tupido y abdomen forjado por cebada, que si nos la dejaba la canchita la ibamos a cuidar como a nada en el mundo. Lo primero que hicimos con los pibes fue pintar la pared del frente, blanca y roja, dibujarle un Gallo y escribir la frase: “Los pibes del barrio agüero”
Todos asentimos con la cabeza y cuando esbozamos para irnos, Ocho pollo nos frenó: “No, paren un cacho. Quieren jugar en la cancha de ellos, la que está atrás de la Parroquia”. “¿Y por qué nos dejás hablar al pedo?” le reprochó Emiliano.
Todos nos quedamos en silencio. Con Pablito íbamos a misa en esa iglesia y conocíamos esa cancha. Era un insulto, está bien que era más grande que la nuestra, pero era de tierra y con piedras que sobresalían del piso. Si te caías te hacías pelota. La única parte que tenía pasto era en los costados, donde no hacía falta.
-Quieren jugar el domingo después de misa.
-Ah, se van a poner a rezar para que no le rompamos bien el culo-dijo Emi
-Ah, nosotros tenemos que ir a misa también..
-¿Eh? Ni en pedo.
-Hay que ir, ya les dije que sí.
-¿Pero sos boludo o te hacés, gordo?
Aunque no nos convencía, teníamos que aceptar. No podíamos quedar como cagones y menos con los del San José.
Nos juntamos en la esquina de siempre con cara de sueño. El Colo tenía la pelota guardada en una bolsa del supermercado Día. Una Nassau que le faltaban un par de gajos. El último en llegar fue el negro Fede; siempre le costaba despertarse. Maty, Pablo, Mauro y Mario traían botellas congeladas para después del partido. Estaba anunciado 40 grados, había que estar preparado para semejante calor.
Al ser domingo, podíamos caminar por Mazza; más precisamente por los costados. El Colo no aguantó y sacó la pelota de la bolsa para hacer jueguitos. Pablo propuso que vayamos dándonos pases para ir practicando. Los pases eran fluidos, a un toque, hasta que me rebotó en el empeine y una camioneta casi la aplastó. Emi ya empezó con sus repudios. Siempre lo mismo conmigo, si perdíamos era el culpable de todo; si ganábamos yo era el mejor.
Llegamos a la Iglesia y ahí estaba la imagen imponente del Papa Juan Pablo II en la entrada. El Colo se quedó con la boca abierta y preguntó:
-¿La misa la va a dar el Papa?
-No, animal. Qué bruto que sos, la puta madre-le contestó su hermano Emi.
-¡Sh! Estamos en una Iglesia. Aparte, acabas de putear a tu mamá también, Bobo.
-¡Sh! Que estamos en una iglesia. No se puede insultar.
Pablo entró primero, se mojó los dedos en la fuente de agua bendita y se agachó haciendo una reverencia para persignarse. Todos nos miramos y lo imitamos. Pablo era el más grande y el “especialista de las buenas costumbres”. Todas las actitudes protocolares se la dejábamos a él.
Había un grupito de pibes sentados y vestidos con ropa deportiva. Se dieron cuenta de nuestra presencia y voltearon a vernos. Uno de ellos, era un morocho de pelo largo y con remera blanca arremangada hasta los hombros. Emi, sonriendo nos murmura: “Miralo a ese, se ve que le gusta los Super Campeones. Se cree Steve Hyuga”. Luego se le escapó un grito en falsete: “Ridículo”. Y todos lo reputeamos en voz baja, que se ubique que estábamos en una iglesia. Los del San José ya nos empezaron a mirar mal.
El reverendo de anteojos con armazón grande alzó la copa con su mano derecha. Llegó el momento de la hostia y con Pablito nos miramos. Él me hizo la seña con la cabeza y fuimos a hacer la fila. Los pibes se reían cuando me vieron volver con los ojos llorosos, por la arcada que me había dado.
Terminó la misa y los “locales” salieron primeros, ansiosos por llegar a su cancha. La cancha quedaba sobre Grito de Alcorta, a la vuelta de la iglesia. Cuando llegamos vimos una pared de ladrillos despareja y una puerta de chapa bordó oxidada. Para entrar había que levantar los pies.
Nos acercamos a saludar, por puro protocolo; ambos grupos nos dimos las manos en forma débil, sin ganas. Estaba confirmado, eran fanáticos de los Super Campeones, su arquero estaba vestido como Richard Tex Tex pero con panza. Los chicos se ponían de espalda y se reían temblando y agachando la cabeza. El Fofo Tex Tex se desparramaba por la tierra para atajar. La barriga se le escapaba por debajo del buzo de arquero. Guza se puso serio y nos comentó: “Uy, ahí está el tarado ese”. Ese era un rubiecito de pelo largo y camiseta de Beckham de Real Madrid. “¿Juega?”Le preguntó Mauro, un Flaco alto, de cabello castaño, camiseta de San Lorenzo y peinado raya al medio. “Y... Algo. Lo que tiene es buena pegada. Le pega re bien”. “Ah, por eso usa la de Beckham”. “Si, es re agrandado el muy forro”.
Nosotros, equipo taníamos: el Colo y Emi andaban bien. Los dos se habían ido a probar a Ferro y quedaron. Después a Morón y también quedaron. Lo malo era que no les gustaba entrenar. El Colo veía una jugada de Ronaldinho y la practicaba hasta que le saliera. Emi era más 9. Si no se peleaban, hacían una re dupla. Guza si estaba inspirado no se la sacabas ni por casualidad. Mauro jugaba de 2 pero tenía mucha calidad. Pablo jugaba por los costados, tenía criterio y polenta para llevar la pelota. Después, Maty, Luquita, Fede y yo estábamos de relleno. Aunque a mí me hubiese gustado jugar como Gallardo.
El partido no fue muy vistoso; no se podía esperar mucho con una cancha en esas condiciones tan paupérrimas. Guza no estaba del todo fino con la pelota. Lo apretaban en el medio y se la sacaban rápido. Ellos no eran la gran cosa, sin el falso Steve Hyuga ni el imitador de Beckham no existían. El rubio se la llevó para un costado, la pisó y se puso de espalda. Luquita y Maty lo fueron a marcar; de calentura Maty le pegó un burrazo con el empeine a los gemelos. Tiro libre para ellos. Ahí el rubio demostró lo bien que le pegaba, por suerte estaba el flaco Mauro para cortar el centro que iba justito a la cabeza del falso Steve. Yo me la pasaba mirando el cielo como iba y venía la pelota con tanto pelotzo.
En una vino un centro llovido desde la mitad de la cancha y Luquitas la enganchó de aire antes que le quedara a uno de ellos. Le pegó tan fuerte que casi la sacó de la cancha y me salió decir: “Sale jugando el equipo”.
El Flaco vio que en el medio no dábamos pie con bola y decidió tirar pelotazos al Colo y a Emi. En uno de eso pelotazos, el defensor de ellos le pifió y le quedó a Emi, la pelota picaba mucho y por eso le quedó incómoda. Tuvo que girar sobre sus tobillos, inclinar el cuerpo hacia atrás y pegarle de volea con la zurda; la pelota voló recta y fuerte pero se fue apenas arriba. El flaco intentó un par de veces más la misma; una la recibió el Colo con el pecho, dio media vuelta, amagó dos veces buscando un hueco, pateó pero se encontró con las piernas de la defensa. El otro la recbió Emi, de espaldas, la acomodó haciendo jueguitos con la derecha y le pegó de volea. La pelota rebotó en uno de ellos y el rechazo le quedó a Pablo que venía a la carrera. Le pegó un latigazo que se elevó lejos. “No, gordo, ¿qué hacés?”. “¿Por qué no me sobas la quena, Emi?”. “Chupala, Pablo”.
De nuevo intentamos jugar por abajo, pero lo único que conseguíamos era levantar la tierra del campo de juego. En ese ir y venir sin sentido del pobre balón, Mauro se hinchó las bolas y cortó un pase, con su elegancia de siempre. Con la camiseta de San Lorenzo me hizo acordar al tristemente desaparecido Mirko Saric. Empezó a triangular con el Colo y Emi. Jugada entre primos. Todo a un toque. Cerca del arco de ellos, el flaco acumuló rivales en frente, amagó a disparar y terminó acariciándola con la parte interna del pie derecho para habilitar a Emi, que pegó la diagonal. El arquero le salió desesperado tirando la de Dios. Emi la pinchó por arriba del gordo, que sacudía los brazos. Golazo. Emi salió corriendo para abrazarse con los otros dos y el resto aplaudimos.
Pablo arengaba a que sigamos apretando, que no los dejemos pensar que se podía aumentar la victoria. Por la izquierda fui a presionar al defensor que estaba de lateral por derecha y este hizo un cambio de frente. Del otro lado llegaba un flaquito con cara de estornudo que no pudo controlar la pelota. Se acercó para levantarla y cuando se agachaba la alejaba sin querer golpeándola con la punta de los pies. Intentó de nuevo y le pasó lo mismo. El arquero de ellos le gritaba que dejara de pelotudear y Mauro reaccionó rápido para hacer el lateral. Emi seguía tentado con la situación y no se podía volver a meter en el partido. Así perdió un par de pelotas. Mientras tanto yo gozaba de no ser el peor de los que estábamos jugando.
El partido cayó de nuevo en la incertidumbre del medio, de nuevo levantando polvareda y jugando a nada. Cada tanto, el Colo o el Rubio de ellos la pisaban y tiraban algún lujo, pero después casi nada.
En una de esas pisadas del Rubio, Maty se calentó de nuevo, le pegó y todos se le fueron al humo. Tuvimos que meternos para separarlos. Tiro libre y le pegaba el Falso Beckham. Centro llovido, Fede salió a descolgarlo pero siguió de largo. Empezaron el show de los rebotes: Guza, Luquitas, Nahuelito y a mí en la nuca. Ese rebote hizo que le quedara el falso Steve, que pegó un frentazo con todos ya vencidos en le piso. 1 a 1. A todos nos dio bronca que nos hayan hecho ese gol de mierda.
Cansado de estar al pedo arriba, el Colo bajó a buscar la pelota. Empezó a pisarla, a girar, abría los brazos pidiendo que uno se desmarque, hasta que vio por la derecha que subía Pablito. Se la dio y él subió como un tractor, forcejeando con un grandote, que lo única que tenía era eso, porque parecía bastante torpe. Logró zafarse con el brazo izquierdo y llegando al fondo mandó un centro pasado, atrás apareció Guza, muy exigido, que se estiró con la zurda pero le salió defectuoso el tiro. “No sirve, gordo. No sirve”. “Chupame bien la pija, forro. Por lo menos tu hermano baja y tratamos de armar una jugada. Vos te quedas cómodo ahí arriba”. Emi se quedó callado, se dio media vuelta y se alejó para que el arquero saque desde la portería.
El arquero tomó distancia, se lanzó a la carrera y cuando impactó la pelota, se resbaló y cayó de culo al piso. Toda la cancha explotó de risa. El falso Richard Tex Tex se puso colorado de la bronca y se levantó sacudiéndose los pantalones.
El saque del arquero derivó en un juego aéreo que me puso nervioso. Parecían que estaban jugando al Coca Cola. “Pueden bajarla, por favor. Gracias” pensaba. El “Steve” agarró un rebote de casualidad y empezó a forcejear. Trabó la pelota con Pablo y ganó. De un lado lo seguía Maty y del otro el flaco. Hasta que Mauro se tiró al piso y se la sacó; se levantó, dio dos pasos y tiró otro pelotazo. El que la esperaba era el Colo, que miraba para todos lados y rezongaba. “Desmarquensé, loco”. El único desmarcado era yo, que estaba frente a él y precisamente no era una garantía. Saltó y con la cabeza me la bajó resignado. Yo la paré levantando el pecho, estirando los brazos y arrugando la cara y ña boca; antes que baje la impacté con el pie derecho hacia adelante. Ahí estaba Emi, de espaldas al arco y con dos marcándolo. Dejó pasar la pelota entre sus piernas y en un giro rápido se escapó hasta el área. De nuevo el arquero salió desparramado, esta vez se tiró con de costado al piso, cubriendo con el largo del cuerpo. Pero Emi alcanzó a puntearla con el pie derecho y la clavó contra el palo izquierdo. Todos forzamos la garganta para gritar el gol. Emi me señalaba sonriendo, incrédulo, por el pase que le acababa de dar. Me acerqué corriendo y agitando los puños. Los michelines que se me formaban en la camiseta de River transpirada temblaban y él se empezó a reír de mí. Era el 2 a 1. Ahora había que aguantar.
"Steve" se tiró a la derecha y empezó a jugar con el Rubio. La fueron llevando hasta el corner y se la hicieron rebotar a Lucas. Tiro de esquina. Pateó “Beckham”, de nuevo llovido y se repitió la escena del gol de ellos. Rebotes en el área, Fede en el piso y le quedó a Steve; que se tuvo que echar hacia atrás para cabecear al arco. Todos mirábamos boquiabiertos, viendo como se nos estaba llendo la victoria. De repente, emerge la figura de Ocho Pollo, haciendo una chilena y salvándo el gol sobre la línea.
Lo festejamos más que el gol. Todos fuimos a abrazarlo, a felicitarlo y a despeinarlo. Los cachetes de Nahuelito se inflaron y su boca mostró una sonrisa de conejo. “¡Buena, Nahuelito!” “¡Qué grande!”. Guza gritó su clásico “¡Mucho Nahuelito, mucho!”. Fue la última jugada del partido. Acabábamos de ganarle el clásico de barrio a los pibes del San José, en su cancha y agónicamente.
Comentarios