Rosa y Ramón volvían de su Luna de Miel en Israel. El avión zumbaba y los recién casados estaban relajados en sus asientos. Ramón tenía un bigote tupido y llevaba un sobretodo gris. Rosa dormía placenteramente y él sonreía; antes ella le había pedido especialmente el lado de la ventana para ver el paisaje.

Fueron unos días con cenas románticas en Rosemary, paseos por las calles de Nazaret y noches de amor interminables. Atrás quedaron las playas de Bat Yam y sus palmeras. Ahora era tiempo de volver y retomar las riendas del negocio. Pensar en la mercadería, hablar con los proveedores, etc. Una azafata muy bonita, de piel blanca, vestida de uniforme color azul marino y con el pelo negro atado, le ofreció un café y él aceptó con una sonrisa. El café estaba tibio, pero al verla tan linda y tan simpática no le dijo nada.

El Boeing avión aterrizó con normalidad. Circuló por la pista y frenó sin problemas. Ramón se asomó para ver por la ventana y vio una muchedumbre. Demasiada gente, como si esperaran a alguien importante: un presidente, un cantante, un actor o un deportista famoso. Hay algo que le llamó la atención. Un grupito de gente tenía banderas y coreaban un nombre que no se alcanzaba a entender. Rosa y él se miraron extrañadísimos. “¿Será que justo coincidimos con la llegada de jugador de Boca? ¿Osvaldo Suñé, Roberto Mouzo, Osvaldo Potente? ¿Será Vicente Pernía, que sonaba como nueva incorporación del equipo de la ribera? ¿O será el mismísimo Silvio Marzolini, DT del primer equipo? ¡Qué emoción poder encontrarme con algunos de mis ídolos!”

Ramón abrió un poco el saco, metió su mano y extrajo una lapicera. Empezó a revisarse los bolsillos para ver si encontraba algún papel. Luego se quedó pensando, mordiéndose la punta de la lengua y mirando hacia el frente; golpeó con el dedo índice de la mano derecha repetidamente el respaldo del asiento del pasajero de adelante. Se puso de pie en el pasillo y comenzó a buscar la cámara de fotos en su bolso de mano. Rosa lo tomó del brazo y con gesto adusto le dijo: “Ramón, por favor. Por favor no. No me hagas pasar vergüenza”. Él suspiró profundamente, levantó los hombros y guardó de nuevo la cámara.

Se calzó el bolso al hombro y tomados de la mano se dirigieron a la puerta del avión. El día brillaba pero el viento les desacomodaba el cabello. No podían creer la cantidad de personas que había. Era un mar de gente y gritando “¡Reynaldo, Reynaldo!” Había personas con camisetas de Boca cantando y moviendo los brazos.

Ramón miraba para todos lados, buscando al nuevo ídolo de su equipo. Inclinaba el cuerpo y se movía con ansiedad. Sonreía como un chico en un cumpleaños.

Entre todo ese gentío, salió su hermano Albert y subió trotando por los escalones. Lo abrazó y le dijo algo al oído en hebreo.

Una mujer, de pelo negro, ojos grises y tez blanca se le acercó con un bebé en brazos. Lo alzó y le ofreció el muslo de su niño para que le firmara un autógrafo.

-¿Cuando juega con Boca?

-Próximamente, señora. Próximamente.