A riesgo de ser considerado “argentino llorón o mal perdedor”, me tomo la libertad de manifestarme en repudio de los hechos bochornosos que se registraron ayer en el partido entre Brasil y Argentina por la semifinal de la Copa América.

Si bien había una opinión consensuada que reconocía al equipo brasileño como superior al argentino, el desarrollo del partido dejó una sensación de injusticia justificada.

Como lo expresó el capitán de la albiceleste, el VAR fue utilizado al principio de tal forma, que alteraba la dinámica del deporte y lo convertía en un espectáculo tedioso. Jugadas en las que el árbitro sentenciaba sin dudar pero los encargados de revisar las secuencias invitaban siempre a analizar cada situación y esto generaba una pérdida de tiempo.

A mi entender, ayer hubo dos jugadas que como mínimo merecían ser consideradas por el VAR para evaluar si eran penal o no. Cualquiera puede ver el resumen del partido y va a comprobar que ambas jugadas debían haber sido penal para Argentina.

Me refiero al codazo de Arthur Melo contra Nicolás Otamendi y a la patada de Dani Alvez a Sergio Agüero. Las dos fueron dentro del área de Brasil.

Por supuesto que en el trámite del partido el Scrach demostró su superioridad con combinaciones entre sus jugadores y con pases a un toque para neutralizar la presión del conjunto argentino. Cualquier persona que sabe apreciar el buen fútbol reconoce la excelente jugada del lateral derecho brasileño que terminó en el gol de Gabriel Jesús; anticipando al Huevo Acuña y haciendo pasar de largo a Leandro Paredes.

En las redes sociales también se manifestaron a favor de la Selección Argentina, reconociendo el esfuerzo de los jugadores. Messi y Agüero se buscaron siempre, el 10 argentino estrelló una pelota en el palo de Alisson, que también atajó un tiro libre que iba al ángulo. Se pudo ver al Messi de Barcelona, apilando rivales en la mitad de cancha, comprometido con el partido y muy activo.

Hace tiempo venían pidiendo que se integre la tecnología al fútbol como lo hizo el tenis. Los entusiastas que pedían a gritos argumentaban que se acabaría la polémica y que el deporte sería más justo. Lo que no notaron es que la tecnología la maneja el ser humano.