Les comparto con mucho cariño, una breve reflexión sobre las emociones. Leerlo con un bien café puede resultar en aventura para contar.
Para explicar mi perspectiva sobre la libre elección de sentimientos, me atrevo a regresar a los orígenes de la civilización; aquellas épocas donde nada estaba escrito y el ser humano comenzó a construir la compleja gama de sentimientos que hoy, creemos a ciegas que nos pertenecen.
Cuando aún nada estaba dicho, el constructo de sentimientos se fundamentó en una mera exploración de todo cuanto rodeaba al joven humano, ávido de emociones nuevas, curioso y ferviente explorador que pudo edificar los hechos, en base a los sentimientos puros, nacientes de su joven cerebro.
El paso de los milenios consolidó arquetipos tan claros, que civilizaciones enteras, han repetido, siglo tras siglo, la misma forma de nacer, crecer, reproducirse y morir; desde luego, la repetición constante pudo consolidar también, la misma forma de sentir.
Si bien es cierto que las emociones se experimentan de una forma muy personal, y aparentemente no somos conscientes de ellas, y únicamente brotan, de algún complejo sistema cerebral, que activa dopaminas y serotoninas (lo que nosotros llamamos amor, por ejemplo); quizá si haya algún vestigio de autonomía en el sentimiento humano, tan homogeneizado por los miles de mensajes, que nos enseñan a sentir lo mismo, a pensar igual y a querer las mismas cosas.
La cognición está implicada en el sentimiento que finalmente, es un proceso mental, que nosotros quisimos llamar odio, amor, tristeza o cualquiera que sea (es cuestión de semiótica). Esta perspectiva nos deja imposibilitados a sentir y nos condena a ser repeticiones, seres “senso autómatas”, no solamente de nuestra densa y compleja actualidad, también estamos condicionados por la genética, la cultura, los usos, las costumbres y el paradigma que nos gobierna.
Personalmente y por qué no decirlo, después de un intenso autodescubrimiento de mis propias emociones, me parece que puedo exponer una contraparte, citando a Amina Edlín Ortiz Graham. Directora del instituto Luz sobre Luz que dice: “mi sentido del yo soy, define mi límite y mi libertad interior”. y refiere a una conexión profunda con el ser mismo, que detenga este irrefrenable y automático derrame de sentimientos, provocados por cosas que nos gustan, o nos disgustan.
Me parece que tenemos cierto grado de elección en lo que podemos sentir. La interpretación de las cosas parte de una conexión profunda con nosotros mismos, nos dará la pauta para discernir un sentimiento de otro y por qué no, tratar de entenderlos para finalmente elegirlos.
No podemos cambiar la realidad en la que estamos inmersos, no desde fuera de nuestro ser, lo que si podemos hacer es interpretar tales hechos y darles valoraciones distintas, podemos detener la cháchara constante que emite nuestro cerebro para reasignar nuestra escala de emociones y reacciones, ante lo que nos esté sucediendo. Si nosotros cambiamos internamente, el tema de la aceptación traerá realidades nuevas a nuestra vida.
Finalmente, todo es cuestión de equilibrio. Es una conjugación entre lo que somos, pensamos y sentimos, la emoción no puede verse invadida de éste caudal de pensamientos que siempre nos acompaña, porque entonces se confunde y se alimenta con todo ése ruido que la degenera. Tampoco creo posible vivir un sentimiento profundo, basado en el absoluto vacío mental, si es que realmente es posible éste acto. Me parece que la clave está en el equilibrio de todas las fuerzas que nos conjugan y todos los cuerpos que nos componen, hasta el punto de reconocer a nuestro propio ser y elegir en la medida de lo posible, el sentimiento que queremos vivir.
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