Objetivo: salvar al fútbol de la ruina
El fútbol europeo está en crisis. Los grandes clubs (a excepción de los que son controlados por estados o multimillonarios de origen dudoso) sufren las terribles consecuencias económicas de la pandemia. Las pérdidas en el año y medio que llevamos asolados por el coronavirus se calculan en unos 8.000 millones de euros. Y la asfixia financiera obliga a tomar decisiones. La medida más común ha sido la rebaja salarial de los jugadores. El Barça (que ha padecido el doble impacto de la pésima gestión de Bartomeu y de las secuelas del COVID-19) ya está trabajando, no sin dificultades, en este sentido. La reticencia de los futbolistas a revisar sus multimillonarias fichas se ha convertido en el principal dolor de cabeza de Laporta. Pero no ceja en su empeño de conseguirlo. Sin embargo, con estas reducciones de sueldos no es suficiente. Hay que generar nuevos ingresos. Y una fórmula que han encontrado estos grandes clubs es la creación de la Superliga, que permitiría acabar con el monopolio de la UEFA, que se lleva una gran parte de los beneficios que generan sus competiciones, especialmente la Champions. Madrid, Barça y Juventus han sido los principales impulsores de la idea, pero se han encontrado con el rechazo frontal de la UEFA, que no quiere perder su posición de privilegio. Las amenazas de sanciones y exclusiones ha provocado que otros equipos se hayan retirado del proyecto antes, incluso, de que tomara forma. Pero todo parece que está a punto de dar un giro radical gracias a las decisiones judiciales favorables a los promotores de la Superliga. La intención es legítima, aunque tiene muchas lagunas que hay que revisar y corregir, como reconocían ayer Barça, Madrid y Juventus en un comunicado conjunto. Hay que preservar los principios de competitividad y solidaridad. Y hay que tener en cuenta la opinión de los aficionados, los jugadores, los entrenadores, los clubs, las ligas y las federaciones nacionales e internacionales. El cambio es imprescindible, irrenunciable, pero solo unidos, todos los actores, se puede salvar al fútbol europeo de una ruina inminente.
Objetivo: salvar al fútbol de la ruina
El fútbol europeo está en crisis. Los grandes clubs (a excepción de los que son controlados por estados o multimillonarios de origen dudoso) sufren las terribles consecuencias económicas de la pandemia. Las pérdidas en el año y medio que llevamos asolados por el coronavirus se calculan en unos 8.000 millones de euros. Y la asfixia financiera obliga a tomar decisiones. La medida más común ha sido la rebaja salarial de los jugadores. El Barça (que ha padecido el doble impacto de la pésima gestión de Bartomeu y de las secuelas del COVID-19) ya está trabajando, no sin dificultades, en este sentido. La reticencia de los futbolistas a revisar sus multimillonarias fichas se ha convertido en el principal dolor de cabeza de Laporta. Pero no ceja en su empeño de conseguirlo. Sin embargo, con estas reducciones de sueldos no es suficiente. Hay que generar nuevos ingresos. Y una fórmula que han encontrado estos grandes clubs es la creación de la Superliga, que permitiría acabar con el monopolio de la UEFA, que se lleva una gran parte de los beneficios que generan sus competiciones, especialmente la Champions. Madrid, Barça y Juventus han sido los principales impulsores de la idea, pero se han encontrado con el rechazo frontal de la UEFA, que no quiere perder su posición de privilegio. Las amenazas de sanciones y exclusiones ha provocado que otros equipos se hayan retirado del proyecto antes, incluso, de que tomara forma. Pero todo parece que está a punto de dar un giro radical gracias a las decisiones judiciales favorables a los promotores de la Superliga. La intención es legítima, aunque tiene muchas lagunas que hay que revisar y corregir, como reconocían ayer Barça, Madrid y Juventus en un comunicado conjunto. Hay que preservar los principios de competitividad y solidaridad. Y hay que tener en cuenta la opinión de los aficionados, los jugadores, los entrenadores, los clubs, las ligas y las federaciones nacionales e internacionales. El cambio es imprescindible, irrenunciable, pero solo unidos, todos los actores, se puede salvar al fútbol europeo de una ruina inminente.
Objetivo: salvar al fútbol de la ruina
El fútbol europeo está en crisis. Los grandes clubs (a excepción de los que son controlados por estados o multimillonarios de origen dudoso) sufren las terribles consecuencias económicas de la pandemia. Las pérdidas en el año y medio que llevamos asolados por el coronavirus se calculan en unos 8.000 millones de euros. Y la asfixia financiera obliga a tomar decisiones. La medida más común ha sido la rebaja salarial de los jugadores. El Barça (que ha padecido el doble impacto de la pésima gestión de Bartomeu y de las secuelas del COVID-19) ya está trabajando, no sin dificultades, en este sentido. La reticencia de los futbolistas a revisar sus multimillonarias fichas se ha convertido en el principal dolor de cabeza de Laporta. Pero no ceja en su empeño de conseguirlo. Sin embargo, con estas reducciones de sueldos no es suficiente. Hay que generar nuevos ingresos. Y una fórmula que han encontrado estos grandes clubs es la creación de la Superliga, que permitiría acabar con el monopolio de la UEFA, que se lleva una gran parte de los beneficios que generan sus competiciones, especialmente la Champions. Madrid, Barça y Juventus han sido los principales impulsores de la idea, pero se han encontrado con el rechazo frontal de la UEFA, que no quiere perder su posición de privilegio. Las amenazas de sanciones y exclusiones ha provocado que otros equipos se hayan retirado del proyecto antes, incluso, de que tomara forma. Pero todo parece que está a punto de dar un giro radical gracias a las decisiones judiciales favorables a los promotores de la Superliga. La intención es legítima, aunque tiene muchas lagunas que hay que revisar y corregir, como reconocían ayer Barça, Madrid y Juventus en un comunicado conjunto. Hay que preservar los principios de competitividad y solidaridad. Y hay que tener en cuenta la opinión de los aficionados, los jugadores, los entrenadores, los clubs, las ligas y las federaciones nacionales e internacionales. El cambio es imprescindible, irrenunciable, pero solo unidos, todos los actores, se puede salvar al fútbol europeo de una ruina inminente.