La llave de los Octavos de final parecía complicada tras el 0 a 0 en la ida en el Estadio Monumental. Jugar de visitante agrega un plus psicológico: no es tu cancha, ni tu país y el agregado especial de enfrentar a un equipo brasileño.

Llegué al bar de siempre, uno de los tantos que había en el hall de la Estación de Once, me senté en la mesa de siempre, frente a la tele. El partido ya estaba empezado y sin dejar de mirar la pantalla le hice mi pedido al mozo.

El trámite del partido fue parejo, aunque las situaciones creadas por Cruzeiro parecían más peligrosas. Armani, el arquero de River, se lució en una atajada abajo del arco.

El millonario se mostraba bien plantado en la cancha pero no terminaba bien las jugadas que armaba muy bien. Los disparos eran débiles o tomaban decisiones erradas. Pero siempre el equipo argentino mantenía esa intensidad tan característica.

Toda la estación estaba pendiente del partido y se escuchaba las reacciones de la gente en el resto de los bares.

Los minutos pasaban y el cero no se rompía. Parecía inminente la definición por penales y eso me tenía muy preocupado. No quise mirar a quien lo dijo, pero escuché decir atrás mío: “Le tengo fe a Armani, eh”.

El primer penal lo pateó el equipo local. Ahí descubrimos algo molesto. En el otro bar, la transmisión estaba adelantaba y escuchábamos las reacciones de los demás. Por eso vimos las dos atajadas a Henrique y David de Franco Armani sabiendo de antemano por los festejos; lo mismo con los goles de Martínez Quarta, De La Cruz, Montiel y Borré.

Mientras esté Gallardo en el banco, todos pensamos que se puede. Se lo ganó en estos cinco años. Además de ser un equipo que jamás vamos a olvidar los hinchas, River cuenta con jugadores que aparecen en los momentos que hacen falta: Pratto, Enzo Pérez, etc. Esta vez, Armani, haciendo honor a su apellido, se vistió para la ocasión.