El morfón es aquel que tiene un exceso de confianza en su habilidad, en su manejo de pelota, en su pegada. El morfón, mientras más pierde la pelota, más terco se pone y menos la pasa. Piensa que solo él puede salvar al equipo, que debe cargárselo al hombro y ganar el partido. Tira un caño, no le sale, lo vuelve a intentar, lo putea la hinchada y el técnico lo amenaza, que se deje de joder, porque si no, lo saca.

También se le da por patear desde afuera del área. Tira desviado 1, 2, 3 veces… Igual sigue pateando. La tira a la tribuna siempre. Un clon del Tano Pasma repasa todo el árbol genealógico del jugador, sin olvidarse de ningún pariente.

Ahora, cuando el morfón está inspirado, agarrate. El morfón se vuelve crack. Es el mejor de todos. Sorprende gratamente a los presentes y a los que miran a distancia. No lo pueden parar, elude a uno, a dos, abre para el lateral y busca la descarga para avanzar y acercarse peligrosamente al arco rival.

Para la pelota tres cuartos de cancha, y con visión de juego, filtra un pase en la defensa para el delantero que se la viene pidiendo. Se la deja justa, lo suficientemente cómodo para su compañero y lejos para el defensor y el arquero.

Hasta sabe jugar sin pelota. Amaga con el cuerpo, la deja pasar y habilita al 3 que se manda al ataque. Tira el caño y le sale. Pide todas, y como está inspirado, se la dan siempre. Engancha, hace pasar de largo a uno y escucha el “ole” de la hinchada. Eso que tanto quiso escuchar, desde que debutó en la primera del equipo. Desequilibra tanto que a los rivales no les queda otra que hacerle falta, lo agarran de la camiseta pero el morfón sigue, se cae, se levanta y sigue con la pelota.

Ese día está tan iluminado, que hasta convierte un gol. Quizás le sale una perlita, un poema, esa jugada que es para colgarla en un cuadrito, como decían relatores de antaño.

Al minuto cuarenta, cuando el partido está liquidado, el entrenador tiene la deferencia, la generosidad, el atino, de sustituirlo para que la tribuna lo aplauda, lo ovacione coreando su nombre o apodo. El morfón, con los ojos humedecidos, levanta los brazos, saluda a su hinchada, besa el escudo del club bordado en corazón de la camiseta; y si el impulso lo lleva, se la saca y la tira a la tribuna para que una avalancha de gente se pelee por quedársela.