A Giménez y Griezmann les costó un mundo salir del estadio Louis II de Mónaco. Y no precisamente porque desconocieran donde estaba la salida (nada descabellado en el laberinto de interminables pasillos que recorren las entrañas del recinto), sino porque a ambos les tocó superar el control antidopaje y hay ocasiones, como la de ayer, que el asunto requiere su tiempo. Sin embargo, ambos subieron sonrientes a la furgoneta que les llevó a su hotel, a unos metros del Gran Casino de Montecarlo, porque habían cumplido con la primera obsesión de la temporada en Europa. Y esa no era otra que cambiar el chip de la Liga y entrar con el pie derecho en la Champions, el primer paso para escapar de la trampa en la que cayeron el año pasado. Todo por aquel curioso primer día en el Olímpico de Roma.En Mónaco, el calor y la humedad no dieron apenas respiro, como en la capital italiana no lo hizo uno de los días más achicharrantes del verano, a pesar de la fecha. Sin embargo, hubo muchas diferencias entre los dos estrenos. La principal, obviamente, fue la puntería. En Roma, ninguno de los 20 disparos que realizó el Atlético (10 de ellos a puerta) sirvieron para engañar al brasileño Alisson, con el que soñó más de un rojiblanco en el vuelo de vuelta a Madrid. En el Louis II, en cambio, a los de Simeone, que vestían con el extraño azul de su tercera equipación, sólo les hizo falta ocho tiros (cuatro entre los tres palos), para acabar en la primera parte esa suerte de maleficio del primer día de clase. Evidentemente, Benaglio, el guardameta local, pero suplente del lesionado Subasic, tampoco fue (ni es) Alisson."El equipo crea ocasiones, así que no hay que preocuparse demasiado", sostenía Koke, un día antes de destapar su mejor versión de la temporada. Lo que Thomas (ayer en el banquillo) fue en Roma, Koke acabó siendo en Mónaco. Tal vez algo tuviera que ver la 'masterclass' de Simeone en el Cerro del Espino, durante las dos semanas en las que la mayoría de sus compañeros andaban con sus selecciones. Y llevaba razón el centrocampista. En el partido anterior ante el Eibar, el Atlético probó fortuna hasta 19 veces (nueve a puerta). Unas se topó con los palos y otras, la mayoría, con el día tonto del portero Dmitrovic. La solución no apareció hasta el último minuto, con un zapatazo del chaval Borja Garcés.Hace un año, a Giménez, el hombre del partido en la Costa Azul, no se le pudo ver sobre el campo. Y Griezmann, que ayer sacó mil veces el tiralíneas para buscar la espalda rival y acabó escondiendo la pelota para amarrar la victoria, se marchó de Roma a 10 minutos del final, después de haber desperdiciado lo suyo. Igual que Saúl (seguro que aún se acuerda de esa última ocasión) o igual que Vietto, ahora en la Premier con el Fulham. La diferencia entre su mano a mano con el meta de la Roma y el de Diego Costa ante Benaglio (también fallo uno al inicio), fue lo que se le pide a un delantero: el gol. Pero también hubo otras. Las vibraciones que transmite el hispanobrasileño cada vez que pisa el área y que hacen que la defensa rival asuma de antemano que le espera una noche de perros. Diego vio aquel partido en el Olímpico por la tele, desde su querido Lagarto, porque aún tardaría unos días en pisar de nuevo Barajas tras el acuerdo con el Chelsea. Antes de subirse al avión, Costa se quejó (y con razón) del impresentable césped del Louis II. Y, de paso, aprovechó para dejar un recado en casa: "El césped del Wanda está horrible. No podemos tener un campo tan malo". Sobre el tapiz de Roma, el Atlético dibujó uno de los mejores partidos sin gol que se le recuerda. Sobre el campo de minas de Mónaco, el Atlético hizo lo que se le pide a un aspirante. "En Champions, el primer partido fuera siempre es muy difícil". Simeone, que ayer se dejó la garganta desde su palco, en el último partido de sanción en Europa, lo sabe mejor que nadie. Por lo que vio hace un año a pie de césped, desde el banquillo romano, y, también, por aquella noche en la que su equipo cayó de bruces en Atenas (2014). Por suerte para su Atlético, Mónaco no fue Roma.

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